domingo, 6 de noviembre de 2011

Vergüenza, humillación, y una sonrisa. 13.2

Eché a caminar hacia el aparcamiento, ahora con algo más de prisa. Si quería ponerme guapa, como ella había dicho, tendría que darme prisa en llegar a casa y comer, para poder tener tiempo suficiente para arreglarme… ¿Arreglarme? No tenía muy claro si sabía lo que significaba en concreto aquel verbo. Me maldije a mí misma en la soledad de mi mente. ¿Qué habría querido decir Juliette con que me arreglase? ¿Debería maquillarme? Palidecí solo de pensarlo. No tenía pinturas, y en el caso de que decidiese usar las de mi madre, no tenía ni idea de por dónde debería empezar a desdibujarme, más allá del simple colorete olvidado de mi madre que había terminado por apropiarme. Intentar reconstruir mentalmente un proceso sin saber nada sobre él me agotaba. Me decanté por que el encanto de un rostro al natural, sin colorete, sin largos minutos frente a un espejo debatiéndome entre empezar de una manera u otra.

Mientras conducía a casa, me planteaba qué ropa me pondría. El trayecto era corto, tanto como la decisión a tomar. Todos mis pantalones eran vaqueros, así que la duda por esa prenda quedaba básicamente descartada. Pensé en una camiseta de cuello barca azul. Contrastaría con el tono claro de mi piel, seguro. ¿Se referiría con eso a ponerse guapa?

Llevaba ya un desorden importante en lo que respectaba a mi vida en aquel momento cuando aparqué el coche. Entré a casa con la intención de comer rápido e ir corriendo a la ducha.

Al llegar a la cocina me encontré con un plató frío de pasta dura y tomate precocinado en el banco. Ni siquiera una nota con instrucciones, saludándome o cualquier trivialidad. Metí la comida 45 segundos al microondas a calentar y encendí la televisión. Ese día, en vez de ver las noticias, decidí poner uno de esos canales que veía todo el mundo, solo por curiosidad.

Cuando terminé de vestirme tras una buena ducha, llegó la hora de arreglarme, y debía empezar por el pelo. Fui al baño de mis padres, donde mi madre tenía espuma para cabello rizado. Bajo el chorro de agua caliente, desenjabonándome, había decidido cambiar hoy de peinado y acentuar unos rizos que ni siquiera tenía claro si poseía.
Leí las instrucciones que no quedaban nada claras y pasé a imitar a mi madre. Agité el bote y apreté el botón, dejando salir sobre la parte de mi mano aquella sustancia espumosa blanca. Cuando consideré que había puesto demasiada espuma en mi mano, dejé el bote en su sitio, y con la mano que me quedó libre comencé a aplicarme la espuma en el pelo, eligiendo un mechón de pelo y apretándolo en un puño junto con la espuma.

Cuando terminé me miré en el espejo semi-empañado, tenía buena pinta. Saqué el secador y apliqué un poco de aire frío al pelo para acelerar que se secase, pero sin destrozar los rizos potenciales. Agradecía que mis padres no estuvieran en casa, pensarían que me había vuelto loca.
Marzo en los almendros

Observándome vestida, no terminaba de convencerme aquel aspecto. Fui al cajón de mi madre donde guardaba las camisetas bonitas, esperando que hubiese alguna que me gustase. Con mucho cuidado empecé a rebuscar hasta que encontré en el fondo del cajón una camiseta que no le había visto jamás. Cuando la saqué me di cuenta que todavía llevaba la etiqueta. Me la probé. Para mi sorpresa, me gustaba cómo me quedaba. Era una camiseta negra que remarcaba mi cintura, acentuándola. Encantada, me di cuenta de que aquel escote que arrastraba la camiseta hacía que pareciese que tenía los pechos más grandes de lo normal. Con el sujetador intenté levantarmelos un poco más; no estaba tan mal después de todo.

Estuve pavoneando delante del espejo un buen rato, hasta que miré el reloj. Las cinco menos cuarto. Rápida, limpié el baño en diez minutos, cogí el abrigo marrón, un bolso negro de mi madre en el cual metí mi cámara con un par de carretes, el móvil, las llaves y algo de dinero, y bajé corriendo para salir. De refilón vi una nota que hizo que me parase. La cogí y salí a la calle.

La nota era de mi madre.

Alma, tu padre y yo nos hemos tenido que ir a un congreso a Suecia. Volveremos en un par de semanas más o menos. Sentimos no haberte avisado con antelación. Cuídate. Te pondremos dinero en la tarjeta para que te compres comida cuando necesites. No despistes tu trabajo.

Te queremos, tesoro.

Mamá”



Me reí en un segundo de manera irónica. ¿Te queremos? ¿Tesoro? Aquello no era más que un sentimiento de culpabilidad, una manera de remediar lo poco que les importaba. Tampoco me afectaba en esos momentos. Arrugué la nota y la tiré a una papelera que tenía cerca. Volví a mirar el reloj. Las cinco. En seguida llegaría Juliette. Me humedecí los labios, resecos por el frío. ¿Qué habría planeado aquella loca? ¿Qué esperaba que hiciese?
Marzo en los almendros

Cinco o diez minutos después de pensar en qué íbamos a hacer aquella tarde, vi aparecer al principio de la calle un coche rojo, el de Juliette. Esta vez no iba nadie más en él.

Vergüenza, humillación, y una sonrisa. 13.1


Los siguientes días los pasé como solía pasarlos antes de conocer a Juliette. Iba de casa a la universidad, de la universidad a casa, y en medio, la biblioteca era mi segundo hogar. Las palabras me parecían estúpidas, y cuando no tomaba apuntes, me permitía una regresión al pasado, a mi portal, a sus labios. Era mi refugio cuando me aburría, cuando me sentía cansada. Mis padres salían y entraban de casa sin que yo me percatase. Seguía viviendo casi sola. Era la vida de antaño, la vida de soledad que tanto me había gustado y que ahora comenzaba a parecerme vacía de sentido, de vida. El ambiente que me rodeaba era frío, y comenzó a parecerme una obsesión casi insana el recuerdo del beso. El primer beso. MI primer beso. Marzo en los almendros

Traté de eludir a Juliette y todo lo que hiciese referencia a ella. No quería descentrarme, perderme como persona. No quería pensar en Marcos. No quería pensar en nada. Y aun así, me era imposible obviarlo. ¿Por qué? ¿Por qué? En qué momento había elegido el cambio. En qué lugar había decidido escoger la desviación a mi camino principal. Un corto sendero, unos pocos pasos, y al mirar atrás no era capaz de encontrar el sendero en sentido inverso de vuelta a mi vida. Sin embargo, seguía siendo quien era, seguía mostrándome al mundo como hace poco tiempo, nadie veía el cambio, porque nadie me veía. Sin embargo, podía notar en el rincón de mi corazón, bajo la válvula tricúspide, un pequeño color negro teñirme una pequeña porción del tejido cardíaco.

Duré tan solo tres días escapando de la pelirroja, de sus garras, sus miradas, sus palabras. Cuando ella venía hacia mí, yo conseguía escapar. Cuando me gritaba, yo desaparecía tras una puerta, por otro pasillo, huía, sin embargo, ese día no pude escapar, no tuve opción a enfrentarme al cambio, a sus ojos, al beso, no tuve opción de enfrentarme a la vida, a Juliette.

Eran las dos de la tarde y acababa de salir de clase. Cogí la misma ruta de siempre para llegar al coche sin que Juliette me encontrase. Al paso me salió de un aula aquella pelirroja, con su pelo suelto, su sonrisa desenvuelta, sola. Enrojecí. Ella olió mi vergüenza, sabía que pasaba por ahí, me había estado esperando. Le sonreí cordial. Me devolvió la sonrisa, no parecía que fuese a dejarme pasar impune. Estaba de pie, quieta, y yo también me paré.
-Hombre! Alma!
-Hola Juliette – la miré a los ojos, me daba vergüenza que me leyese el alma, que leyese que me había besado con su amigo, que me había gustado. ¿Por qué? No lo sabía, pero no podía evitar sentir desasosiego.
-¿Qué tal estás? – se acercó a mí.
-Bien…- caminé hacia atrás, tanta distancia como pasos recorrió Juliette. - ¿Y tú?
-Oh, yo bien. Aunque algo preocupada porque una conocida mía no hace más que eludirme y esas cosas – me costó aguantarle la mirada mientras clavaba su pupila en mi pupila, pero conseguí mantener el reto. - ¿Por qué me huyes?
-¿yo?
-Sí. Y no me digas que no lo haces.
-Yo…
-Tú, tú, tú. – se sonrió y de nuevo avanzó hacia mí. Esta vez me mantuve inmóvil – No te preocupes, se que Marcos te besó, y que tú le respondiste. – palidecí, lo supe porque el corazón dejó de bombear sangre hasta mi cabeza. Incluso me mareé. Ella también lo supo, supo que era cierto lo que acababa de inventarse, supo que me avergonzaba de que lo supiese, y supo que me estaba quedando sin aire. – Pero no te preocupes, no voy a decírselo a nadie – Me guiñó un ojo, haciéndome sentir como una niña, una inmadura, una estúpida. La miré con falso agradecimiento. Que ella lo supiese ya era para mí todo el bochorno que podía soportar. Me sentía avergonzada por mí misma. Incluso podría decirse que decepcionada. Lo que no podría decirse, por que lo negaría siempre, era que me gustaba esa sensación de haber infringido las reglas, de haberme dejado llevar mínimamente por mis impulsos, por lo que de veras quería.
-¿Te importa?
-¿A mí? Qué va. No estoy saliendo con él – pero sus ojos no parecían decir lo mismo. Había resquemor, había envidia, dolor, tristeza, en aquellas pupilas que se escondían en su propia oscuridad para no encontrarlas reveladoras. Por una vez, decidí fingir que creía a su voz, a lo que ella quería que yo creyese. Le sonreí inocente, y su expresión cambió rápida a una sonrisa sencilla - ¿Te apetece salir a dar una vuelta esta tarde? - Me sentía animada tras esta pequeña charla, incluso me apetecía salir con ella.
-Claro, por qué no. – Hasta Juliette se sorprendió de mi respuesta tan contundente. No había dudado al contestar y eso quizá la confundió. Tardó un par de segundos en contestar, y sin embargo, parecía tan natural que llegué a olvidar ese silencio de sorpresa.
-¿Paso a por ti esta tarde?
-Vale. ¿Dónde vamos a ir?
-Será sorpresa. Tenías cámara de fotos, no?– esta vez fui yo la que me quedé estupefacta. No recordaba aquella cámara que había dejado abandonada en un cajón, ni tampoco recordaba que la primera vez que había visto a Juliette había sido en aquella salida a callejear en una neura radical que me había surgido de la nada. Asentí – Cógela, por si acaso. Yo cogeré mi cámara también.
-Vale. ¿Pasas a las cinco?
-Por ejemplo. Ponte guapa, ¿vale?
-Vale – giró sobre sus talones y echó a andar en sentido contrario al que yo debía seguir para llegar al coche. Estaba bastante aturdida. Había pasado de evitar a toda costa a Juliette a haber quedado con ella para esta tarde, sin saber exactamente qué iba hacer.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Una huida hacia delante. 12.2

- ¿Has entendido lo que te he dicho? ¿Aunque no lo hayas sentido? – me dolió aquella última pregunta. Era como si no fuera humana, como si fuese incapaz de sentir. Aquel pinchazo fue la respuesta a la pregunta.
- – contesté sin explayarme.
-Aunque no crea en la monogamia, quiero a Juliette. Es abierta, es divertida, desinhibida. Es quizá por ello por lo que debí saber que no debía encapricharme con ella – no supe exactamente qué era lo que sentí con aquellas palabras. Después de mucho tiempo, echo la mirada atrás y se que era envidia lo que hervía por mis venas aquella sangre que parecía ser fría a ojos del mundo. - ¿Sabes qué?
-Dime
– tenía la mirada fija al suelo, las manos en los bolsillos, y caminaba solo por inercia. Recuerdo que pensaba en la soledad y el amor, en cómo estaba tan cerca de una como lejos de la otra, y notaba despertar esa parte más humana que había dejado apartada a cambio de ser el orgullo de mis padres. Estaba volviendo a nacer en aquel momento, y supuse que, como si fuese un parto verdadero, tardaría en madurar aquel feto emocional que parecía salir de mí.
-Creo que no eres tan fría como aparentas. Que tienes mucho amor dentro, contenido. – me paré en seco. Él se paró, se puso frente a mí, cara a cara – creo que me gustas – me sonrió y me puso una mano en la mejilla. Se fue acercando, mirándome a los ojos, lento, muy lento, como si no quisiese asustar a la presa que iba a cazar. Mi única respuesta fue quitar su mano de mi rostro y soltarlo con fuerza hacia el vacío, me eché hacia atrás.
- ¿Cómo eres capaz de decirme eso después de haberme contado que quieres a Juliette?
-También te he dicho que no creo en la monogamia.
-Ya, pero yo sí.
-¿En serio?
-Quizá. Pero eso no evita que me sienta como un segundo plato. Además de conocernos de un día.
-Por eso mismo, porque nos conocemos de un día, no te pido amor eterno. Solo te digo que CREO que me gustas
– fue ese verbo, esa duda que ofrecía, la que creó confusión en mi interior hasta el punto de relajarme, porque no sabía qué sentir.

La conversación la zanjé ahí, y retomé la marcha hacia mi casa, acelerando el paso. Marcos iba detrás de mí, implorándome de vez en cuando que parase, que no habíamos terminado. Yo no lo creí así, e ignoré sus peticiones.

Saqué las llaves de mi bolsillo unos segundos antes de llegar a mi portal con la intención de abrir rápidamente y entrar antes de que Marcos tuviese tiempo de alcanzarme, frenarme, hablarme con su voz de bohemio seductor. Pero él también se percató, y antes de entrar al portal él ya me había alcanzado.
Me giré de golpe con la intención de gritarle, y me encontré de frente con su pecho. Sus brazos, a ambos lados de mi cuerpo no hacían más que arrinconarme, y su cuerpo me instaba a que anduviese hacia atrás hasta que mi espalda se topó con la puerta. Tragué saliva, y en aquel momento me pareció obscenamente sonoro.
-No se qué es de ti. Tu rectitud. Tu decoro. Tu orgullo. Tu razón. Ese corazón que oigo palpitar aunque quieras esconderlo… No se qué es, pero me gusta.
-No haces más que decir tonterías.
-Es posible. Pero son ciertas.
– volví a tragar saliva. Parecía que mi garganta se había propuesto llevar a cabo unos cuantos recitales en vez de silenciarse – Déjame conocerte. Déjame que me olvide del mundo, de Juliette. Déjate hacerme olvidar. – me temblaba el labio inferior. Lo supe porque Marcos lo frenó con su dedo. Suave, cálido. Sabía que me miraba la boca por que yo miraba sus ojos, me perdía en ellos, como me perdía en sus palabras, como me perdía en su olor que, de la proximidad de nuestros cuerpos, me envolvía sin compasión y me hacía no querer parar de respirar.
-Marcos, yo no soy así…
-No sabes que lo eres.
-Llevo muchos años viviendo conmigo.
-Eso no era vivir. Déjame que te enseñe la vida.
-Marcos, no…
- bajó una mano a mi cintura, lentamente, casi no me di cuenta hasta que se posó en mi ropa, hasta que el calor que desprendía penetró aquella tela fina y chocó con el invierno que había en mi piel. Aguanté la respiración. Se acercó a mí. Pretendí echarme hacia atrás, pero no pude, aunque en el fondo, tampoco quise, la puerta me frenaba. Puse una mano en su pecho, un límite que eliminó al quitar su mano de mi rostro y ponerla sobre la mía. La condujo hasta su hombro, después fue ella sola, como si se supiese el camino de memoria, como si supiese lo que había que hacer, lo que iba a venir ahora. Le habría rogado que me dijese al oído todo lo que sabía, porque yo vivía desconocida.
-Un beso.
-Marcos…
-Solo uno.
-Marcos yo no…
-No me importa.
– Se acercó lentamente. Sus ojos iban de su boca a los míos, se paseaban, se entretenían con mi nariz, y volvían a moverse. Los míos se fueron cerrando, mi cerebro no quería ver lo que pasaba, no hacía más que decirme que escapase, que le pegase, que huyese de ese mundo, de esa compañía, pero sin saberlo acababa de descubrir que aquella barrera que la cabeza imponía sobre el corazón era fácilmente rompible, y que con el mismo uso de la cabeza podía derrotarla. La fuerza de voluntad se me escapaba a montones por la nariz, con cada respiración. Mientras mis párpados caídos se negaban a mostrarme la imagen que a cámara lenta se sucedía en el exterior de mi cuerpo, mi boca no paraba de repetir las mismas palabras, una y otra vez, bajo las órdenes de un cerebro roto por la desobediencia de un cuerpo que solo anhelaba actuar acorde a lo que quería, no a lo que debía querer.
-Marcos… No,… por favor… Marcos… - ni siquiera sentía lo que decía, no lo sabía, porque una pequeña batalla se libraba en mi interior, y esas palabras no eran más que el coro del bando vencido que pretendía herir hasta el último momento, hasta que tuviese que retirarse a favor del vencedor. ¿Quién era el vencedor? ¿Por qué no lo había conocido? El vencedor era aquella parte de mí, oculta, un pequeño resquicio de sentimiento que había permanecido ahogado en las entrañas de un corazón amurallado, frío, congelado. El vencedor era el deseo, la libertad, era romper con lo que hasta ahora era mi vida. Y aunque fue solo una pequeña parte, un centímetro de anhelo el que asomó por mi alma, fue capaz de romper las defensas de una vida dedicada a la huida de lo humano, de lo que debilitaba. El vencedor era aquel elemento oculto. Era sed, era hambre. Me entregué al pequeño resquicio del vencedor.
Y me besó.
En los labios.
Besó los labios.
Se separó.
Abrí los ojos. Su nariz junto a la mía. Sus ojos abiertos también. Mirándome. Estaba aturdida, descolocada, quizá asustada. Imaginé a Blancanieves, imaginé a la Bella Durmiente. Imaginé a Julieta rota en los brazos de Romeo, y al revés.
-¿Tienes miedo?
-¿De qué?
-Del beso.
-No.
- mentí
-¿Puedo repetir?
-No.
–mentí.
-Quieres que me vaya.
-Por favor
– mentí.
-¿Puedo volver a verte?
-No
– mentí.
-No te librarás de mí.
-Ojalá
– mentí.
Se separó de mí y sonrió. Fue rápido al intentar volver a besarme, pero más rápida fui yo al girar la cabeza hacia un lado. De nuevo los muros se habían reestablecido, pero la grieta estaba hecha, y me dolió todo el cuerpo cuando sus labios solo rozaron mi mejilla. Lo controlé.

Esperé frente a la puerta a que se marchase. Recé por que dedicase una última mirada hacia atrás, pero no lo hizo, nunca. Se fue, caminando, con los brazos dejados caer, muertos, cansados. Iba envuelto en una manta de victoria, y aunque no lo pude ver, sabía que en su rostro una enorme sonrisa decoraba aquellos ojos en los que me podría perder mil vidas.

Cuando desapareció, entré en casa, y lo primero que hice fue mirarme en el espejo, sabía que mis padres estaban en casa. Mi boca parecía brillar, rojo fosforescente, y mi nariz daba la impresión de medir kilómetros por mentir. Me acaricié los labios, todavía tenían su calor, brillaban por el roce. ¿Por qué pasaba? Sonreí sin más y entré del todo en la casa.

-¿Dónde has estado? – preguntó mi padre. Nada sobre mis labios, nada sobre mi nariz. Nada sobre el monstruo desatado en mi interior. Para él todo seguía igual.
-Me agobié y salí a dar una vuelta – contesté. Ni rastro del vencedor, todo muro, todo frío, ladrillos, cemento, soledad.
-Ah. Si quieres comer algo hay sobras en la nevera – se giró, dejó de mirarme.
-No tengo hambre – silencio - ¿Y mamá?
-Tenía que trabajar hasta tarde, no creo que la veas llegar
- ¿Por qué era tan frío? ¿Por qué era tan distante? Yo tenía recuerdos suyos riendo, recuerdos felices. ¿Por qué era una estatua? ¿Por qué su interior era gélido? Era una estatua de hielo.

Me fui a mi cuarto, cerré la puerta por primera vez en mucho tiempo. Tumbada en la cama, con un dedo en los labios, tal como Marcos había hecho, me quedé dormida. Ni siquiera recuerdo si soñé, pero si lo hice, posiblemente fue con aquel beso.

Una huída hacia delante. 12.1

Pasamos todos un buen rato en silencio. Aquello era un vacío incómodo, pero inevitable. Solo el ruido del motor y el aire pasando fugaz entre nosotros rompían aquel ambiente hostil amenizándolo con su rugido suave en nuestros oídos. Más de una vez intenté conversar con Juliette, o con Marcos, pero las miradas, el silencio, nos echaba hacia atrás, nos retraían y cohibían. Nosotros mismos nos partíamos en silencio en reproches oculares.
-Alma, te importa si en vez de dejarte en tu portal, te dejo un par de calles más allá? – Juliette rompió el silencio de una vez por todas. La miré sin saber qué decir – Estarás a cinco minutos de tu casa, no más.
-Ah, claro, claro, no importa – dije, con una pequeña sonrisa dibujándose en mis labios.
-Yo me bajo con ella – miré de golpe a Marcos, sorprendida. Él me miró – si no te importa.
-No, no me importa, tranquilo. – Juliette nos miró preocupada a través del retrovisor. Buscó contacto visual con Marcos, pero él no se lo otorgó Como si la castigase, como si quisiese hacerla pagar por aquel beso que habíamos visto en la playa. ¿No era él tan abierto? Si la amaba ¿por qué no se lo había dicho y se evitaba aquel sufrimiento? Quizá si Juliette supiese lo que él sentía por ella, trataría de moderarse cuando estuviese con él, o quizá terminasen juntos, como un precioso cuento de hadas en el que el príncipe y la princesa comen perdices… Cuando lo pensé, un pinchazo de envidia me oprimió el estómago. Lo dejé salir con un suspiro, y una débil sonrisa para fingir que no pensaba en cosas importantes. El ambiente volvió a cerrarse en una burbuja asfixiante que nos cerraba el paso de oxígeno haciéndonos jadear por dentro mientras por fuera, nuestros poros exudaban la necesidad de salir corriendo de allí.

Tardamos más de lo que yo habría querido en llegar al destino propuesto. Me bajé del coche y un segundo después Marcos también se bajó. Me quedé mirando a Juliette con intención de despedirme, pero las palabras se aglutinaron en mi boca de manera desordenada, sin conseguir salir. Me encogí de hombros y me di la vuelta para comenzar a andar. Ni siquiera esperé a que ella dijese algo, o a que se fuesen. Noté su mirada en mi espalda, como si Juliette sí que esperase algo de mí más allá que el irme, pero preferí no hacerle caso. Por fin escuché al dar cuatro pasos el ruido de unas ruedas acelerando sin compasión sobre el asfalto, queriendo dejar atrás la incomodidad, el desasosiego. Marcos se puso a mi lado al caminar, y como Juliette, no dijo nada. Parecía esperar a que yo dijese algo. No parecía saber que era bastante negada en las relaciones interpersonales. Aun así, me esforcé, notaba la incomodidad, me molestaba, no la quería cerca de mí.
-¿No te pilla esto muy lejos de casa? – fue la única pregunta coherente que me salió de la cabeza, y ni siquiera me molesté en mirarlo cuando pronuncié cada sílaba. Mantuve la mirada al frente, la cabeza bien alta. Por el contrario, noté su mirada en mi sien, perforándome la cabeza, intentando leer lo que pasa por mis neuronas.
-No me importa caminar – contestó de manera que no daba más pie a una conversación que podría haber nacido. Sentí la frustración de aquel intento muy cerca, y una vez más el silencio se apoderó de aquella atmósfera, envenenándola lentamente de pensamientos que divergían. – Te explicaría lo que siento en estos momentos, Alma. Te haría partícipe de mi rabia, de mi miedo, de mis ansias, de mis necesidades, de verdad que lo haría, pero para eso necesitaría que alguna vez en tu vida te hubieses enamorado, mínimamente. Y tú misma has dicho que no lo has hecho. Si no partimos de esa base, no puedo explicarte nada, de verdad. Puedo intentarlo, pero no lo entenderías – fue como si un dispositivo se encendiese en su cabeza, como si algo le dijese que estaba mal lo que había dicho, que por algún extraño motivo yo me merecía una explicación, aunque no la hubiese pedido.
- Hazlo, no te prometo nada, pero te sorprenderías de mi capacidad de comprensión.- me miró escéptico, yo le miré segura y firme. Quizá fue eso lo que le convenció para hablar.

Posiblemente me omitiese detalles, se olvidasen momentos y las palabras en algún momento fuesen equivocadas, pero cuando comenzó a hablarme sobre el amor aminoré el paso de modo que pude retrasar la llegada a mi casa todo lo que los sentimientos de un hombre explicados como si fuesen poemas pudiesen durar en se contados. Me empezó a hablar de las mariposas en el estómago, como nauseas que gustan a la vez que molestan, la chispa de inocencia en las pupilas de los enamorados que se regalan con solo establece contacto visual, las sonrisas tontas que se te escapan cuando viajas en autobús y vas mirando por la ventanilla, los acelerones que sufren las pulsaciones del corazón cuando las pieles se rozan, cuando las palabras se entrecruzan, cuando lo pierdes de vista. Me contó que vivía enamorado de la vida, que amaba a Juliette casi tanto como a la vida, pero comprendía que la monogamia era un sacrificio por el que él mismo no pensaba pasar. Me contó que en su corazón cabían muchos amores tan intensos como el de Juliette. Me contó que los besos son sellos de amor, y que cada beso para él era una palabra, una frase no dicha, que se pasaba de boca en boca en secreto, sin que el mundo se entere, pasando a ser solo de los dos confidentes que han decidido compartirla. Confieso que poco a poco me enamoré de aquella historia del amor, de aquel sentimiento que era tan nuevo como compartir momentos con un hombre que no le importaba mostrarse débil.

lunes, 8 de agosto de 2011

De tu boca a la mía. 11.2

-Mira, ya estás sintiendo algo. Rabia.
-¿Eso es lo que piensas decirme?
-¿Quieres que me disculpe?
-Pues sí. Eso no era una pregunta educada y exijo una disculpa.
-Perdóneme usted, pensaba que debido a su inmensa madurez mental sería capaz de tratar el tema con una madurez adecuada y no se exaltaría ante preguntas referentes a un acto natural de reproducción que responde a nuestros impulsos
– la mire confundida ante aquella muestra de dominio de la lengua de una manera improvisada, como si me sorprendiese que fuese capaz de formular una frase con tono y vocabulario culto más allá del empleado de normal. Y me dejó sin palabras, anonadada, ojiplática. - ¿Te sorprendes de mi léxico? ¿De mi capacidad verbal? ¿De mi labia? – me guiñó un ojo. Tenía razón.
-Está bien, pero que lo preguntes así me parece una falta de respeto muy grande.
-¿Y cómo lo pregunto? ¿Has realizado alguna vez el coito?
– me reí, no pude evitarlo, y con aquella risa salió por mi boca adherido al aire toda la tensión acumulada en un solo instante sin un motivo realmente sostenible más que la indignación momentánea por su manera de expresarse.
-Aun así, no entiendo por qué me lo preguntas.
-Simple curiosidad. Es por comprobar una cosa.
-¿El qué?
-Yo he preguntado antes.
-Vale, pues no, no me he acostado nunca con nadie.
-Lo sabía.
-¿Qué sabías? ¿qué querías comprobar? –
le grité mientras echaba a correr por la orilla del mar, persiguiéndolo mientras se reía. – Eeeeeeeeh! Espera! que yo no corro tanto! – y cambió de dirección, echando a correr hacia mí, y en consecuencia, yo también me giré. Huía. Escuchaba sus pisadas. Sus zancadas. Gritaba. Corría. Más, más, más. Una mano. Presión hacia atrás. Me tuvo cogida en menos de lo que yo esperaba. Me elevó con solo un brazo, y después con el otro. Los dos a la vez. Y grité. Admito que también me reí. – Para, para! – me bajó al suelo después de dar vueltas y correr cargando conmigo, mientras yo parecía volar sujetada por su fuerza. Me abrazó, y yo sin saber por qué, le abracé. Acercó su boca a mi oído.
-Me perdonas, entonces?
-Claro.
-Gracias
– se calló y me dio el último apretujón, que servía de punto y final a aquel abrazo, aunque algo en mí me pedía que no separase su cuerpo del mío, y que siguiese hablándome al oído. Me había gustado que se me erizase el vello del cuello por sus palabras aterciopeladas que, aunque escasas, habían conseguido provocarme algo que no entendía, más allá de las reacciones químicas que me sabía de memoria. Y se separó. Mi piel lo llamó a gritos. – Venga, vayamos rápido que a este paso no llegamos nunca al chiringuito.
-¿Sabes qué? Da igual el agua. Me aguantaré, volvamos.
-Pero si estamos a mitad de camino…
-Da igual, no quiero agua.
– me miró a los ojos alzando una ceja – de verdad, no importa.
-Está bien –
dijo algo confuso. Y echó a caminar en dirección al origen, a mi lado. De nuevo se hizo el silencio entre ambos por un corto lapso de tiempo hasta que Marcus no pudo soportar más el caminar con el simple sonido del agua azotándonos las piernas, hecho que en cierto modo le agradecí, aunque el sonido del mar fuese gratificante. – Creo que has dicho lo del agua solo para separarme de Juliette y Andreu y así poder violarme. Lo que no me cuadra es que todavía no me hayas violado – le miré con cara de misterio.
-La gracia está en cogerte por sorpresa – dije encogiéndome de hombros, volviendo a mirar al frente mientras me dibujaba una media sonrisa en el perfil que estaba oculto a su visión. Y aceleré el paso para poder reírme en silencio a gusto. Él decidió acelerar también, y me vio reir, aunque me pusiese seria en cuanto me percaté de su presencia a mi lado de nuevo.
-¡Já! Te has reído.
-No es cierto.
-Sí que lo es.
-¡No!
– y eché a correr. Esta vez, Marcos me dejó ventaja, tanta ventaja que no llegó a cogerme en toda la carrera hasta nuestro pequeño picnic. – No me mires el culo! – le grité un par de veces, a lo que él solo se reía. No se si significaba que me lo seguiría mirando o que no lo miraba en ningún momento, pero no me importó. Yo solo seguí corriendo hasta que estuve cerca del lugar de origen.
Me paré en seco cuando distinguí a Juliette y a Andreu. Se besaban. Sentados uno junto al otro. Sus manos en sus pelos y caderas. Sin importarles nada más. Era precioso. Y me sonreí, tapándome la boca. Sin embargo, cuando Marcos llegó a mi lado, no quedó igual de maravillado que yo por el ambiente tan íntimo y especial de la escena. Es más, parecía molestarle, pues cuando dirigí mi mirada hacia su rostro buscando la complicidad de quienes han comprendido minimamente el significado de una obra de arte abstracta, su mandíbula estaba apretada, en tensión. Carraspeó. Los amantes se separaron. Yo seguí con mi sonrisa. Me miraron primero a mí, algo avergonzados. No miraron a Marcos. No entendí la situación.
-Habéis tardado mucho. – La voz de Juliette era casi la de una disculpa.
-No parece que os haya importado – inquirió agresivo Marcos. Se hizo el silencio, y nadie más volvió a mencionar el tema. Pasamos media hora más sentados. Juliette y Andreu miraban a todas partes menos a cualquiera de nuestros rostros, y Marcos intentaba hablarme de manera normal, y por no contradecirle, aceptaba los vasos de cerveza que me iba tendiendo, hasta que a la de tres no pude más y lo rechacé. Entonces, se calló, haciendo que el ambiente se volviese casi insoportable. Era un silencio pesado, de castigo, que aunque no pretendía incluirme, me veía afectada como daño colateral, entre aquel regusto amargo que ahora me hacía tener ganas de reír, y el silencio y tristeza de no poder hacerlo acompañada, o quizá de no poder hacerlo por el simple hecho de que no era el momento ni el lugar indicado, aunque mi razón fuese incapaz de explicarme por qué no lo eran.
-Creo que es hora de irnos.
- Crees bien.

Y en efecto, en escasos minutos todos los objetos estaban ya en el maletero. El viaje se hizo en silencio, aunque pude advertir por el retrovisor cómo los amantes se intercambiaban miradas que poco decían de puro amor, y palabras mudas de diversión. Por el contrario, cuando miraba a Marcos para intentar mantener una conversación, no encontraba más que su espalda en mi dirección, y un aura de resentimiento hacia el mundo en la cual no me atrevía a adentrarme.
Fue un viaje aburrido, copado por la música alternativa de una radio que no conocía, pero que amenizaba aquel ambiente enrarecido. Miré el paisaje y me puse a recordar el día. Después de todo, quizá en Marcos hubiese algún Romeo, aunque no parecía estar hecho para esta Julieta. Sobre todo porque sus ojos, por lo que pude ver, pertenecían a una Julieta más francesa. A Juliette. Me resigné, había vivido perfectamente estos años, y no necesitaba a nadie más para seguir viviendo. ¿O no? No sabía diferenciar la coraza de la realidad, y me preocupaba.

De tu boca a la mía. 11.1

El resto del viaje lo pasé pensando mientras los tres amigos charlaban agitadamente, gritaban, reían. De vez en cuando notaba las miradas de Marcos o Juliette posarse en mi nuca mientras yo me dedicaba a reflexionar sobre mis sentimientos mientras veía el paisaje desaparecer a toda velocidad. Nadie se atrevía a romper mi estado de reflexión, y los entendía. Yo tampoco me atrevía a rompérmelo.
A la que me di cuenta el coche frenó, y tomé consciencia del cambio de aire. Ahora era húmedo, más fresco, y había un ruido ambiente que era muy diferente a la melodía de la ciudad. Estábamos en la playa.
Bajaron del coche Juliette y Andreu para dejarnos paso a Marcus y a mí. Me arreglé la ropa nada más ponerme de pie, alisándola con mis manos y suspirando. Volví a peinarme con la mano, haciéndome una coleta, y ayudé a descargar del maletero lo que fuera que estaban sacando de él para llevarlo a la arena.
En cuanto me di cuenta estábamos sentados sobre un trozo de tela, lo suficientemente ancho como para caber los cuatro, unos paquetes de comida y tres botellas de cerveza, pero lo suficientemente pequeño como para tener que estar en contacto constante con alguna parte del cuerpo si no queríamos salirnos de la tela, como era mi caso. Me senté entre Juliette y Marcos, con Andreu en frente. Formábamos un círculo en conjunto.
Sacaron cuatro vasos y sirvieron cerveza en ellos. Miré incómoda a Juliette, que parecía ignorarme por completo mientras hablaba de nuevo con Andreu. La observé unos instantes, y me di cuenta de cómo jugueteaba con su pelo cuando hablaba, cómo reía sin más las gracias de aquel chico con el que a penas había mantenido conversación. Suspiré y se me pusieron los ojos en blanco. Hoy no iba a contar con Juliette para nada. Quizá me habría usado para entretener a Marcus mientras ella atacaba a Andreu. Lo miré, y vi como él también los observaba con cierta envidia en el rostro. Me dio pena, yo no iba a coquetear con él. Y acto seguido me miró y sonrió. Cogió dos vasos y me tendió uno.
-No, no. No me gusta.
-¿La has probado?
-No pero…
-¿Entonces?
– me ponía a prueba constantemente - ¿Cómo vas a ser una científica bien hecha si no te atreves a probar las cosas antes de emitir un juicio? – conseguía pillarme sin defensas en seguida. Accedí en silencio, sin desviar mis ojos de los suyos y extendí mi mano hasta alcanzar el vaso. Rocé sus dedos. Me sonrió. – Prueba, y si no te gusta, podemos acercarnos en un momento a algún bar a comprarte agua o lo que prefieras.
-Está bien
– y bebí. No sabría decir qué es lo que me pareció, porque era la primera vez que bebía algo así. Lo que sí que puedo decir es que más allá del sabor amargo que dejó en mi boca y que no era mucho de mi agrado, noté cierto deseo de más cerveza naciendo dentro de mí. Como un demonio al que no se le ha alimentado desde hace mucho tiempo y ahora acaba de oler su comida. Negué, y puse la mejor cara de asco fingida que sabía. Cogió el vaso y me miró, sin creerse en absoluto mi expresión.
- ¿No te lo vas a terminar si quiera? – dijo mientras miraba el vaso medio vacío que le había devuelto. La tentación me superaba. Y le sonreí.
-¿Si me lo termino me acompañas a comprar agua?
-Por supuesto
– y me volvió a tender el vaso. Sin apartar la mirada de su rostro me terminé el vaso de un trago, ahorrándome muecas de asco.
-Vamos a por el agua- Marcos estaba asombrado, pero aun así supo hacer caso a mi petición en un relativamente corto lapso de tiempo. Cuando nos levantamos, Juliette y Andreu nos miraron confundidos, y a ella pude notarle cierto brillo de astucia en aquella mirada, un interrogante hacia algo que no había prestado mucha atención.
-¿Dónde vais? – preguntó con una voz que parecía insinuar algo que no entendí.
-A por agua, que a Alma no le gusta la cerveza. – Juliette levantó ambas cejas y me miró.
-Perdón Alma! no contaba con… tus gustos. – negué con la cabeza, como diciendo *no importa, todo está bien*, aunque aquella pausa me había mosqueado ligeramente - ¿Queréis que os acompañemos o…?
-No, quedaos para cuidar las cosas, ya sabemos ir solos. ¿Conocéis algún bar por aquí cerca o algo?
-Sí, a dos o tres minutos andando a paso ligero por la orilla del mar tenéis el bar más cercano. Es un chiringuito pero seguro que os venden alguna botella grande de agua.
-Bueno, ya llegaremos, que no tenemos prisa, ¿no?
– me miró. Negué. No se si me apetecía pasar mucho tiempo a solas con Marcos, sin la protección de Juliette si conseguía sacarme de mis casillas, o me preguntaba algo incómodo. Claro que hasta ahora, ella había estado ausente, ignorándome, así que si había podido sobrevivir este tiempo, podría continuar. Miré el reloj, ya no sabía ni qué hora era… Quizá en breves debiese volver a casa, claro que hoy era jornada intensiva para mis padres, y la oscuridad y fría soledad de mi casa se me antojaba en esos mismos instantes poco apetecible en comparación con lo que estaba viviendo.
Arrancamos a andar al mismo tiempo en la dirección que Juliette nos había indicado. Las olas mojaban nuestros pies, jugueteaban entre ellos y de vez en cuando reptaban por nuestras piernas hasta llegar a nuestras rodillas o algo más. Me arremangué los bajos de los pantalones antes de acercarnos a la orilla, hasta la mitad de la pierna. Aun así no pude evitar que alguna ola caprichosa llegase hasta ellos y los mojase con alguna gota, era un riesgo que había elegido correr.
-¿De verdad no te ha gustado la cerveza?
-No es que no me haya gustado…
-¿Entonces?
-Es que prefiero el agua.
-Está bien… Antes de irnos, ¿Brindarás conmigo?
-Tú que eres tan metafísico, y vas y le quitas la magia a la sorpresa…
-Está bien, dejo de hablar de esto, volvamos a las preguntas.
-No, no, que si quieres puedes seguir dándole vueltas a la cerveza…
-¿Te has enamorado?
-No
– contesté sin dar rodeos, sabía que podía alargarse más de la cuenta. Fui directa, aunque a él no parecía afectarle en absoluto mi tono agresivo.
-¿Y te han besado? ¿O has follado?
-¡¡Marcos!!
– me contuve de pegarle un golpe en la mejilla, pero notaba la rabia y la vergüenza comenzar a hervir en mis mejillas, haciendo que mi rostro cambiase de color hacia un rojo carmesí que delataba lo que se sucedía en mi interior. - ¿Cómo te atreves a preguntarme eso!? – paré en seco de caminar y apreté los puños, tratando de matarlo con la mirada.
Él mismo se sorprendió de mi reacción, quizá no tanto como yo, y también se paró en seco, frente a mí, mirándome fijamente sin saber exactamente qué hacer. Tenía la mirada confusa, y se rascó la cabeza. Después de ese momento de confusión se sonrió, haciendo que me exasperase.

sábado, 6 de agosto de 2011

Una sonrisa, una palabra, y un cigarro. 10.2

-No se puede comparar la inteligencia, visible, mesurable, calificable, con una invención humana.
-Dicen que la inteligencia es solo humana también.
-No es cierto, los delfines y monos también poseen inteligencia.
-Pero seguro que es mucho más inferior que la del ser humano.
-En efecto.
-Por lo que la inteligencia del ser humano sería un Dios, y la de estos dos animales, serían sus angelitos de la guardia.
– dibujó una sonrisa socarrona en su rostro, y se carcajeó sonoramente, haciendo que Andreu se girase para ver qué es lo que pasaba. Yo fruncí el ceño – Una mujer inteligente como tú, creyendo en Dioses. – suspiré intentando mantenerme impasible ante sus comentarios, pero cierto era que cada vez que abría aquel chico sus carnosos labios mi cerebro se ponía en alerta ante sus comentarios. Tenía un pensamiento tan abstracto, tan intangible, que suscitaba interés a mi perspectiva racional del mundo.
-Eres muy poeta
-Gracias. Tú eres muy racional.
-Gracias.
– me guiñó un ojo dibujando media sonrisa. Creí que no le había caído mal, y resultaba un alivio haber pasado aquella primera prueba. - ¿qué estudias? – me aventuré en un terreno más personal siguiendo un instinto social que pocas veces había tenido
-La vida.
-¿Y en la Universidad?
– ya había aprendido a contener a aquella bestia de lo inmaterial.
-Bellas artes.
-Como Juliette.
-Sí, voy a la misma clase que ella.
-¿En serio? No tienes 18 años ni de casualidad.
-No, llevo repitiendo… unos cuantos años.
– se sonrió. En aquel momento hubiese dado cualquier cosa por saber qué estaba pasando por la mente de aquel tipo, que quizá hasta tuviese más años que yo.
-Lo dices como si fuese para colgarse una medalla.
-Tampoco es para colgarse una medalla el pasar cada año de curso
– lo miré interrogante – Lo hace mucha gente, no es nada inusual. En cambio, lo mío es… diferente.
-Más bien, estúpido.
-No trates lo diferente como algo estúpido. Los diferentes abrimos puertas. Soy un valiente, un visionario. Amo lo que hago y lo repito cuanto puedo
– se encogió de hombros, como si aquellas palabras tuviesen que servirme de explicación a su vida académica. Claro que a mí realmente no me interesaba, o no debía interesarme. Desvié la mirada y apoyé mi cabeza en mi brazo, recostado sobre la ventanilla, para observar el paisaje pasar, difuminarse los verdes arbustos cercanos a la carretera.
Juliette seguía hablando con Andreu, el cual parecía disfrutar de la brisa agitando su pelo. Me giré hacia Marcus, dispuesta a darle una segunda oportunidad. Lo vi sacando dos cigarros. Y él vió que lo veía.
-¿Quieres? – me tendió el cigarro.
-No fumo.
-Tú te lo pierdes
- Se encogió de hombros y dejó su segundo cigarro sobre su oreja. Encendió el otro y le dio la primera calada, lentamente, como si disfrutase de aquella droga de olor molesto. - ¿Lo has probado alguna vez?
-¿Cómo?
-Que si has probado el tabaco.
-Ah, no. Para nada.
-¿Tienes amigos?
-¿A qué viene esa pregunta?
-Normalmente en un grupo de amigos siempre hay un pequeño porcentaje que fuma, aunque sea en ocasiones especiales. Y los de su alrededor, terminan probándolo en una noche loca, o tranquila, o yo que se.
-Pues sí que tengo amigos
. – mentí -Y ninguno fuma
-No me lo creo.
-Pues no lo hagas, a mí qué más me da.
-Vale, vale. Te creo.
– dijo con media sonrisa en la boca. Le gustaba discutir conmigo. - ¿Alguna vez te has enfadado de verdad?
-Muchas veces
– dije algo confusa. No entendía la pregunta.
-Pero, ¿de verdad? O simplemente te has puesto digna y has ignorado al otro.
-En eso consiste enfadarse en el mundo maduro.
– dije, permitiéndome cierto deje de superioridad repelente que incluso a mí terminó por sorprenderme.
-Oh.
-¿Qué?
-¿Nunca has sentido la rabia hervirte la sangre?
-Pues… no.
– me sentía orgullosa de mi respuesta, de mi autocontrol, en cambio, él, me miró con cierta pena.
-¿Alguna vez has sentido algo?
-Claro.
-El qué?
– me callé. ¿Qué había sentido? ¿Amor? No ¿Odio? No ¿Miedo? No. Había sentido indiferencia. ¿Eso se podía sentir?
-No se… ¿Qué consideras tú sentir?
-Sentir para mí es… hacer que se te acelere el corazón, que la sangre te hierva, que el cerebro se te colapse, bloquee, y solo consiga pensar en ello. Como con la rabia, la pasión, el amor, el miedo, la histeria, la valentía… Dime, has sentido todo eso alguna vez?
-No.
-Entonces, nunca has sentido de verdad
– y con esas palabras, con esa pequeña sonrisa de filósofo respondón que había dejado acabado a algún gran pensador, con aquel cigarro que iba y venía de sus labios, me dejó hundida, doliéndome el pecho. Empezaba a sentir algo, empezaba a sentir lástima.

Una sonrisa, una palabra, y un cigarro. 10.1

Eran las cinco de la tarde cuando decidí que era hora de comenzar a arreglarme. Me metí en la ducha sin cerrar la puerta del baño. Me parecía inútil, dado que, una vez más, mis padres estaban fuera de mi vista. Mientras el agua resbalaba impune por mi cuerpo sin condena, reflexioné sobre mí misma, sobre mi vida, sobre mis padres. Siempre tan sola, tan autosuficiente. Por muy fría que pudiese ser mi coraza, por dentro necesitaba una madre que viniese y me abrazase. Que me llamase por motes cariñosos, como me llamaba mi abuela, y se tumbase conmigo en la cama a mirar el techo sin necesidad de decirnos nada, tener una conexión auténtica, madre e hija. Echaba de menos tener una familia.
Salí de la ducha y me cepillé el pelo. Era tan largo que casi me llegaba a la cintura. Quizá era hora de cortármelo, pero no encontraba el momento. Lo sequé con secador, y aun así, se me quedó rizado. Más bien ondulado. Pensé en el mar, un mar revuelto pero accesible… Me gustaría ir a la playa.
Me lo recogí en una coleta, cuidando que cada mechón de pelo se colocase en el lugar correcto, fijándolo al resto. De mi armario, además de la ropa interior, cogí unos vaqueros y una camiseta a rayas rojas y blancas, de manga corta. Miré el reloj, quedaba media hora.
Me eché perfume, unas pocas gotas, y me volví a arreglar el pelo. Me puse un poco de colorete, a penas perceptible, ya que era una tonalidad muy similar a mi piel, y me comí una onza de chocolate. No me gustaba pintarme los labios, pero con el paso de los años había descubierto que cuando comía chocolate los labios se me enrojecían de manera natural, así que aproveché ese flujo de sangre.
Cuando quedaban cinco minutos para las siete bajé al portal y esperé a Juliette apoyada en la puerta. Comencé a divagar qué clase de amigos me presentaría. En estos momentos ya no me parecía tan horrendo pasar una tarde con aquella chica. Imaginé con timidez que gracias a ella quizá conocería a un Romeo perfecto para mí. Poco a poco fui construyendo castillos de aire en mi mente, incluso suspiré de amor ante aquella fantasía de cristal. En el fondo, era una romántica, una Julieta. Solo necesitaba conocer al príncipe, al Romeo indicado.
Por fin apareció a lo lejos el coche rojo de Juliette, y me erguí respirando hondo. Sin embargo, aquel mundo frágil se rompió instantáneamente cuando el automóvil estaba lo suficientemente cerca para ver a los que transportaba. Ninguno de los ocupantes respondía a mi idea de Romeo. Al menos en primera instancia. Me recordé que desde siempre me habían enseñado que no debía prejuzgar a nadie y aventuré a imaginar que quizá, más allá de aquel aspecto desaliñado del chico de atrás, que parecía que iba a ser mi acompañante en aquella tarde de, por lo visto, parejas, se encontraba un hombre capaz de enamorarme. Aunque me resultaba una opción francamente remota.
Frenaron justo en frente de mí, y el que viajaba de copiloto se levantó y echó el asiento hacia atrás para que yo entrase. Me sonrió cuando terminó el proceso y se acercó a mí, que permanecía impasible en el mismo lugar en el que había estado esperándolos.
-Hola, me llamo Andreu – y acercó su rostro para darme dos besos, quedándose en posición hasta que reaccioné, como si despertase sobresaltada de un sueño.
-Hola, yo soy Alma.
-Lo se.
– me sonrió y extendió el brazo en dirección al coche - ¿Subes?
-Claro.
– le devolví la sonrisa.
-Buenas, Alma! – exclamó Juliette. Miré al retrovisor hasta chocarme con sus ojos sonrientes, y trate de imitarla, tímida ante la presencia a mi lado de un chico que me observaba con detenimiento. Me daba la impresión de que me devoraría en cuestión de segundos.
-Hola, me llamo Marcos – su voz era grave, melódica, quizá algo rasposa, aunque aquello carecía de importancia. Lo miré directamente a los ojos, que eran tan verdes que habría jurado estar mirando directamente un mar de septiembre, tormentoso. Eran enigmáticos, hipnóticos, y sabían hablar. Aunque no entendía exactamente qué decían.
-Soy Alma.
-¿Eres o te llamas?
– el coche arrancó, y me puse el cinturón, delante, Juliette y Andreu charlaban tranquilamente, daba la sensación que el viaje iba a ser relativamente largo.
-¿Cómo?
-Eres Alma, o te llamas Alma.
-No entiendo la diferencia
– se sonrió.
-Ser un nombre, es identificarte por completo con él, y todo lo que conlleva. ¿Tú te identificas con tu nombre? – me quedé pensativa, asimilando lo que me había dicho.
-Todo eso es muy metafísico. Un nombre es un modo de identificación entre toda la masa de seres humanos, una marca para poder diferenciarnos unos de otros… aunque suelan repetirse estos.
-¿Y entonces…?
-¿Qué?
-¿Te identificas con tu nombre? ¿O solo es una manera de llamarte?
-Es una manera de llamarme.
-Entonces, no te presentes diciendo que eres Alma.
– lo miré alzando una ceja y se rió.
-Es muy abstracto para mí.
-Eso es porque no estás acostumbrada a tratar con cosas abstractas.
– comenzaba a sentirme algo irritada ante aquel tono de superioridad que se marcaba el chico moreno.
-Porque no me hace falta.
-A todos nos hace falta.
-Eso no es cierto.
-¿Alguna vez has rezado?
-Nunca.
-¿Creído en algún Dios?
-No.
-¿Y en la inteligencia?
-Claro.
-La inteligencia es el Dios de los sabios.

lunes, 27 de junio de 2011

Dos Romeos y una Julieta

-Ese mismo día, en otro lugar lejos de la habitación de Alma-

-Va, chicos, ¿qué más os da? – Dijo Juliette antes de meterse un par de patatas fritas en la boca. Frente a ella, Andreu y Marcos se miraban indecisos sin saber si acceder o no.
Juliette había aparecido a la hora de comer con la absurda idea de quedar al día siguiente los tres con Alma. Al principio, ninguno de los dos barones sospechaban que aquel nuevo nombre correspondía a aquella chica que se sentaba en primera fila en todas las clases a las que asistía Andreu y que jamás se dignaba a compartir más allá de las palabras necesarias con el resto de compañeros. Tampoco habían pensado que Alma era esa chica que siempre se sentaba en la mesa de enfrente de Marcos, sola, a comer una manzana mientras hundía su cabeza en un libro de bioquímica mientras dejaba que a los de alrededor les llegase un leve flujo a música clásica que hacía que a su alrededor se formase un espacio circular equivalente a la distancia a la cual llegaba esa música. Aunque tampoco parecía importarle.
-Juliette, no se yo… - dijo Andreu, tratando de recordar algún rasgo característico de aquella chica de la que hablaba su amiga. Algo que le llamase la atención, que hiciese que pudiese pensarse de manera seria el acceder a pasar una tarde con ella y los otros dos acompañantes. Lo único que le venía a la mente era su largo pelo rubio con detalles rojizos que pocas veces había tenido la oportunidad de ver suelto, ondeando trastornado al compás del viento. La imagen más viva de aquel pelo que podría ser hermoso si se le dejase libre, era recogido en un moño, marginado, obligado a permanecer estable en una estructura artificial. Pensando en el pelo de Alma, Andreu se preguntó si no sería una metáfora de la vida de aquella chica, si bajo aquel aspecto de chica buena, reprimida, se encontraba una fiera salvaje encarcelada y dispuesta a salir y comerse el mundo. Luego se preguntó qué hacía estudiando medicina con lo poeta que él era.
-Por lo que nos han contado, Juliette, no encajaremos muy bien – razonó Marcos. Aquel chico de 20 años, tez morena y ojos verdes llevaba dos años repitiendo primero de Bellas Artes en la universidad. Decía que amaba aquel curso, y que lo dejaría cuando estuviese preparado para dejarlo. El resto terminaban aquel razonamiento afirmando que sería cuando estuviese preparado para dejar de no hacer nada. Pero él era feliz en su estado constante de año sabático y por el momento no tenía pensado dejarlo. Este año se había encaprichado de Juliette. La veía como una musa para sus pinturas, y en efecto, cuando ella posaba para él, de su pincel salían auténticas obras de arte que reflejaban la lujuria y la pasión que emanaba la propia piel de la chica. Marcos era un bohemio, un enamorado de la vida, defensor del amor libre y de la necesidad de dejarse llevar por los instintos.
-Es por eso, Marcos, por lo diferentes que somos, por lo que estaría bien que quedásemos. – ambos volvieron a mirarla con desconfianza. – Vamos a ver, chicos. Es cierto que tú y yo – señaló a Marcos – nos parecemos bastante, pero yo con Andreu tengo poco en común. – Ambos dieron un bocado a sus hamburguesas.
-En eso tienes razón – concedió Andreu una vez había tragado – tú eres demasiado para mi cuadriculada cabeza.
-Cielo, tú eres un poeta que sueña con volar. Lo único que tienes cuadrados son los huev…
-Vale, lo he entendido Juliette
– dijo riéndose mientras intentaba meterle en la boca a Juliette un par de patatas fritas para callarla antes de escandalizar a los otros comensales de mesas vecinas con su comentario. – De todas maneras, sigo sin convencerme.
-No os tiene que convencer –
dijo Juliette mientras masticaba. Dio un trago a su cerveza – solo tenéis que venir una tarde a hacernos compañía, conocerla un poco… daros a conocer… igual hasta os gusta – dijo con cierto deje lascivo, haciéndole ojitos a Marcos, el cual parecía demasiado concentrado terminándose su hamburguesa. Él la miró y alzó una ceja.
-No empieces con tus intentos de emparejarme con alguien.
-Pero si es una chica encantadora.
-Mira, estoy seguro de que no tiene alas para volar, está demasiado en la tierra, y yo no quiero ahogarme. Y lo sabes.
-Conociéndola no pierdes nada
– insistió Juliette, dándole un último bocado a su hamburguesa. – Además, vosotros, con lo abiertos y modernos que sois, y arrastráis esos prejuicios hacia gente que no lleva el mismo estilo de vida que vosotros… No lo entiendo – se terminó su cerveza.
-¡Está bien! – exclamó Andreu. Marcos lo miró sorprendido – Iremos mañana con esa tal Alma, la conoceremos, sobreactuaremos, pasaremos una tarde aburridamente formal, y luego se acabó. Pero ahora, cállate, pesada.
-Marcos, tú te incluyes, ¿no?
-¿Que remedio me queda?
-¿Sabéis que os quiero con locura?
– preguntó Juliette divertida mientras daba un trago a la cerveza de Marcos. - ¿Pagamos y nos vamos?
-Claro. Me toca a mí, ¿no?
– dijo Andreu. Los otros dos asintieron.


Se levantaron de la mesa y caminaron en dirección a casa de Juliette.
-Mis padres no están en casa.
-Perfecto.
-Oye, qué te ha dado con esa chica?
-Andreu, deja el tema, que si no, no se va a callar en toda la tarde.
-Es que la veo tan sola, y yo soy tan feliz en compañía…
- rodeó las caderas de ambos chicos con sus brazos, estando ella en medio de ellos, haciendo caso omiso del comentario de Marcos – además, tiene algo… que no se.
-Ui, Juliette, ni se te ocurra.
-¿El qué?
-Que te veo la mirada. Mírala, Marco
s, mírala. Se ha encaprichado de ella.
-¿Cómo me voy a encaprichar de una chica que no conozco de nada? A ver, Andreu, piensa. No es mi tipo, sabes que prefiero a los hombres…
-Ya pero los tres conocemos tu tendencia a la ambigüedad…
-Es cierto, pero… ¿Responde ella a las características de las chicas con las que he estado?
-No.
-Ni de lejos.
-Pues entonces, fin del debate. Además, te pega a ti, Marcos.
– dijo con media sonrisa.



Llegaron por fin al portal de la finca de Juliette, y esta abrió mientras observaba por el rabillo del ojo cómo Marcus buscaba alguna respuesta ingeniosa a su último comentario. Pasaron los tres, cerrando las puertas a sus espaldas y caminando hacia el ascensor. Juliette apretó el botón.
-Bueno. En resumen y para concluir, chicos, mañana será mejor que finjamos que Andreu y yo somos pareja – Andreu se sonrió a sí mismo por haber sido elegido para fingir ser pareja de Juliette.
-y yo, ¿qué?
-Tú te encargarás de convencer a Alma de que la vida solitaria no es sana.
-¿Y cómo lo hago? ¿Le meto mano?
-Tú sabrás.
– se metieron los tres al ascensor – improvisa. – Marcos suspiró. Las puertas se fueron cerrando lentamente. – Bueno dejemos este tema de una vez y ocupémonos de lo que nos toca. – Los dos chicos asintieron.

Antes de que la puerta del ascensor se cerrase del todo, se pudo ver el prefacio de aquella película de locos, desdibujada entre besos de Juliette y Andreu y caricias indecentes de Marcos. Sin duda, aquellas bocas unidas no se estaban contando cuentos infantiles, y las manos morenas de Marcos no buscaban sino encontrar tesoros ocultos en la piel de Juliette. La sonrisa de satisfacción de aquella muchacha mientras ambos chicos recorrían con sus bocas su vientre y su cuello fue la última imagen pública de aquella bacanal de opiniones y cuerpos, dejando mucho espacio a la imaginación de cualquiera, pero encauzándola hacia una cama y una larga tarde.

domingo, 26 de junio de 2011

Ese juego llamado enloquecer 8.2

Aparté los folios a un lado, dispuesta a quedarme frente al ordenador para mirar mi correo, cuando calló un trozo de papel de entre todo aquel cúmulo de papeles escritos a mi letra. Lo cogí del suelo mirándolo con detenimiento. No era un folio blanco, sino que estaba teñido como de café, y desprendía olor a ello. Le di la vuelta para ver la cara en la que había escrito algo:

Ser libre significa vivir y ayudar a que los demás también lo hagan. Agrégame:
elviolindetucintura@hotmail.com

Me quedé pensativa mirando aquella hoja, aquellas palabras escritas en letra cursiva, inclinada ligeramente hacia la derecha, de trazos elegantes y abiertos, como si no le diese miedo que una ‘g’ o una ‘f’ pudiese ocupar todo el trozo de papel. Era inspiradora aquella letra.

Como supuse que no se referiría a que la agregase para mandarle un correo, decidí crearme una cuenta de Messenger para poder hacerlo. A pesar de que mis tripas ya clamaban alimento, me mantuve firme en mi sitio. Me costó decidir mi nombre de cuenta, ya que todos aquellos que contenían mis nombres o apellidos estaban cogidos. Opté al final por imitar el patrón de Juliette y me creé una similar. marzoenlosalmendros@hotmail.com

Inicié sesión sin saber muy bien cómo funcionaba, y comencé a poner el cursor encima de todos los botones para leer la descripción. Lo primero que hice fue pulsar en el icono de poner un avatar. No tenía fotos mías en el ordenador, así que fui a la página web de la universidad y cogí mi foto de matrícula. *perfecto* pensé. Recorrí toda la página principal hasta que la flecha fue a parar encima de un botón en el que ponía ‘Añadir contacto’. *Por fin* y pulsé. Se abrió una ventana nueva, y en ella añadí la dirección que había escrita en la hoja con cierto temor, mirando hacia la puerta por si mis padres habían vuelto y me encontraban perdiendo el tiempo en cosas que encontraban innecesarias. Y le di a aceptar.

Me quedé quieta unos instantes, a ver qué ocurría. Nada. Tan solo se había añadido el nombre de aquella dirección a la página principal, y estaba aclarado, sin verse con suficiente nitidez. Suspiré, quizá no lo había hecho bien. De pronto, aquella dirección adquirió el nombre de “Juliette” junto con una flor, quizá una rosa mal dibujada, y a su lado una ventanita se iluminó en color verde con lo que parecía una foto suya en el centro, aunque no lo distinguía bien.

Un segundo después, bajo, se iluminó un botón en color naranja, con el nombre de Juliette escrito en él. Apreté y se abrió una ventana nueva. Por fin pude advertir la foto que había elegido Juliette como avatar. Sin duda, era ella. Su pelo largo se encontraba alborotado, despeinado, mirando en todas direcciones menos en la pertinente. Sus labios estaban aún más rojos, y su continuo color pasión se veía interrumpido por la presencia de su lengua, en adquiriendo su rostro un gesto provocativo, al cual acompañaban aquellas pestañas extremadamente largas y la raya negra de los ojos. La camiseta que llevaba, negra, la tenía subida de modo que se podía ver el tatuaje de una cobra naciendo más allá de sus pantalones, por donde se cortaba la foto. Tragué saliva haciendo ruido. Y cuando pude apartar la mirada de aquella provocación pública leí lo que me había escrito.

-Pensé que no tendrías Messenger
-No lo tenía.
-¿Te lo has creado por mí?
-No, tenía que hacerlo por unas cosas de clase, y he aprovechado y te he agregado
– mentí. No quería que creyese que así era – aun así, no se cómo funciona
-Yo te enseño.
-¿A distancia?
-Si quieres, voy a tu casa…
-No, da igual
-O tú vienes a la mía
-No se dónde vives
-Yo te indico
-No se…
-Bueno, lo principal es que has sabido ponerte una imagen y sabes escribir. ¿Tienes cam?
-No lo se, es un ordenador portátil.
-Es reciente?
-Sí
-Entonces tienes.
-¿Para qué sirve?
-Para verte con otras personas.
-¿Me estás viendo ahora mismo?
– pregunté mientras me cambiaba la expresión de la cara, y comencé a arreglarme el pelo y recolocarme la camiseta con cierto pudor
-Jaja, no. Para eso tengo que enviarte una invitación y tú tienes que aceptarla.
-Ah, vale.
-Jeje
-Bueno, qué querías.
-¿Cómo?
-Sí, para qué me diste tu Messenger.
-Para hablar contigo.
-¿Por qué? ¿Por qué tienes tanto interés en hablar conmigo? ¿En salir conmigo?
-Me pareces una mujer interesante.
-Y tú que sabrás de mujeres…
-No te voy a decir nada, tendrás que averiguarlo.
-Lo haría si me interesase lo más mínimo.
-Oye, no te di mi Messenger para pelear.
-¿Qué esperabas de mí?
-Bueno, esperaba que si me agregabas tendrías algún interés en hablar conmigo, y no en pelear y dejarme claro que no quieres saber nada de mí
– miré hacia otro lado, evitando la pantalla. Juliette tenía razón, si la había agregado no había sido para alejarla de mí. No se por qué había hecho lo que había hecho, pero sin duda, no era por que quería buscar pelea.
-Está bien. – Decidí darle una oportunidad. Me sentía benevolente, aunque fuese yo la que necesitaba que la perdonasen. Estaba poco acostumbrada a tratar con gente. Siempre que me rodeaba de alguien estaba bajo mis órdenes, y solían ser máquinas, de modo que cuando algo no salía como había planeado, me irritaba bastante. Y aquella chica, Juliette, me irritaba mucho, por que buscaba lo contrario a mí. Era evidente que se dejaba llevar, que confiaba en la improvisación… Y yo no podía dejar nada al azar.
-¿Qué está bien?
-Que tienes razón.
-¿Me estás pidiendo perdón?
-No, te estoy dando la razón, que es suficiente.
-Está bien.
-…
-Oye, te apetecería salir conmigo y un par de amigos alguna noche?
-No salgo por las noches.
-Sería de tranquis, un par de cervezas, conversación, y a casa prontito.
-No me dejan.
-Me estás diciendo que a tu edad todavía pides permiso a tus padres?
-Sí, ¿Te molesta?
-Me parece adorable
– me quedé parada, sin saber qué decir. – Pero… ¿Tú querrías?
-No lo se.
-¿Y si lo cambiamos por una tarde en vez de una noche?
-Entonces sí.
-Vale. ¿Qué te parece mañana?
-Creo que no tengo nada que hacer.
-Ahora sí. Perfecto. Quedamos… ¿Dónde quedamos?
-Ayer me dejé el coche en la universidad…
-Mira, paso a por ti, y a la vuelta, te dejo en la universidad y lo recoges.
-Está bien.
-A las siete de la tarde te va bien?
-Sí.
-Bueno, pues hasta mañana. Me voy que he quedado.
-¿A estas horas?
-Claro, he quedado a comer.
-Ah, pues que aproveche.
-Igualmente.
– y se desconectó.
Miré mi reloj, debía comer ya si quería dejar de escuchar a mi estómago recitar poemas sin palabras. Apagué el ordenador y suspiré, caminando hacia la cocina con la intención de cocinar macarrones para comer. Me quedaba una larga tarde por delante, y a penas me apetecía estudiar. Sin embargo, es eso todo lo que hice el resto del día.

Ese juego llamado enloquecer 8.1

Desperté con la quinta sinfonía de Beethoven sonando en mi despertador. Miré el reloj, las seis de la mañana. Bostecé y me enrollé en las sábanas con pocas intenciones de ponerme en pie para estudiar. Volvió a sonar la alarma a los cinco minutos, y de un manotazo lo apagué, hundiendo mi cabeza en la tibia almohada, lamentándome de tener que adelantar de madrugada todo aquello que había atrasado la tarde anterior por acceder a perderme por la desenfadada vida universitaria que tanto gusta al resto.
Conté hasta diez y me levanté rápida. Me quedé quieta unos instantes hasta que aquel baile de estrellas y la danza de los objetos de mi cuarto cesaron. Me rasqué la cabeza y me puse las zapatillas de ir por casa una vez las hube encontrado después de haber estado tanteando el suelo durante un buen rato. La casa estaba en silencio, y la luz diurna comenzaba a hacer su aparición en aquellas cuatro paredes, haciendo que el blanco del que presumían se acentuase e hiciese que mis ojos se cerrasen por el destello de luz. Mis pupilas se contrajeron.
Saqué en silencio los apuntes que había tomado a clase, y con resignación los leí. A penas había algo que pudiese resistir al examen exhaustivo que estaba llevando a cabo con la intención de re-escribirlos a ordenador y poder estudiar. Todo eran palabras sueltas, inconexas, alguna frase y varios dibujos ¿Dónde había estado mi mente durante las clases posteriores a hablar con Juliette?
Comencé por las primeras clases, y en poco tiempo, las frases tomadas a bolígrafo negro en una caligrafía más o menos comprensible pasaron a estar traducidas al lenguaje informático. No sabía cómo afrontar el hecho de haber desperdiciado horas de clase, de las cuales a penas tenía palabras para recapitular.
Abrí Internet, decidida a ampliar la información, y de paso, también abrí el correo. Entré en la página del profesor, en la que siempre colgaba sus propios apuntes. Extensos, a veces inconexos, con relaciones a las clases e incompletos, pero era lo único que tenía a mano y mi orgullo me impedía pedir algo a mis compañeros. Comencé a leer, copiaba y pegaba aquellas frases que me parecían más importantes en un documento nuevo, uniéndolas de manera coherente, a veces reescribiéndolas.
Me resultó un trabajo arduo, y me costó más de lo que había planeado. Claro que también era cierto que nunca me había hecho falta echar mano de los apuntes de los profesores, con los míos siempre tenía de sobra. Sin embargo, la tarde anterior tenía la mente en Juliette y en lo que más tarde acontecería. Repasaba mentalmente sus gestos, sus muletillas, la manera peculiar de sonreír cuando trataba de persuadirte (mostraba tan solo las partes inferiores de las palas, mordiéndose el labio inferior y dibujando media sonrisa) acompañándose de una mirada que hacía que te pensases un par de veces el rechazar aquello que te proponía. Sin duda, Juliette era una mujer que conocía sus armas, y no dudaba en usarlas, siendo igual si se trataba de hombres o mujeres, conseguía lo que quería.

Cuando terminé de re-elaborarme mis nuevos apuntes de manera que parecían propios, en mi casa ya había movimiento. Mis padres se habían despertado y habían hecho su cama. Como había puesto un cartel de No Molestar en el mismo momento que había escuchado la alarma de mi padre sonar, colgado en la puerta, no entraron a decirme nada, más que mi madre un tiempo después, para decirme que ambos se iban y que no comían en casa. Ni siquiera me dijo adiós, o me dio un beso. Asomó tímidamente su cabecita a través de la abertura entre el marco y la puerta, y sin lidiar más palabras que las necesarias se marcharon.

Cogí de nuevo los folios de los ‘apuntes’ tomados en clase, y me quedé observando los dibujos que habían sustituido a las palabras, de arriba a bajo. Empezaban por simples estrellas dibujadas en el margen superior, recorriéndolo entero de izquierda a derecha, o viceversa. Las estrellas pretendían ser idénticas pero todas eran asimétricas, con sus vértices desiguales, los ángulos más o menos cerrados, y avanzaban por el marco siguiendo una línea serpenteante, dejando a un lado cualquier rastro de perfección que pudiese haber quedado tras el examen de sus formas. Repasé su trayectoria con el dedo, notando débilmente el surco que había dejado el bolígrafo al apretar excesivamente sobre el papel.

El dedo siguió descendiendo por el margen derecho a través de unas espirales que debería haber dibujado en mitad de clase. Me paré a pensar si lo había dibujado de manera consciente. Aquel modo de enroscar la línea hasta la mínima expresión hacía que, observándolo, me sintiese absorbida por un bucle sin salida que poco a poco se iba estrechando y me iba hundiendo en una espiral que me alejaba de mi rutina de perfecta precisión. Sentí miedo y curiosidad. ¿En qué habría estado pensando? y ¿De dónde me habrían venido esos pensamientos caóticos con solo mirar una simple espiral a color negro?
Aquellos simples dibujos se extendían a lo largo de todo el folio por el lado derecho, de manera irregular y tamaños variables, más o menos enroscados, y todas y cada una de aquellas espirales me provocaban la misma sensación. Eso me daba miedo.

En el margen izquierdo, una simple línea unía la parte superior con la inferior. Unida a esta línea, había dibujado unos labios carnosos, rellenos de tinta de manera que resultaban hasta atractivos a la vista, si se era capaz de sustituir el negro del bolígrafo por un rojo provocador y lejano a unas pautas correctas, estéticamente hablando. Me permití el lujo de sonreírme. Sabía perfectamente que había dibujado aquellos labios pensando en Juliette, en aquel rojo que se pintaba y que hacía atraer la mirada por su ostentosidad. La tarde de ayer había sido una tarde tan diferente que fui capaz de admitir en lo más recóndito, secreto y oculto de mi ser, que me había gustado salirme de aquella rutina estricta.

miércoles, 15 de junio de 2011

Cosas que no parecen lo que son, y un coche rojo 7.2

-¿Cómo diablos lo has adivinado?
-En Marzo florecen los almendros.
-Pero eso no es significativo.
-Lo se. Pero me he arriesgado. Yo florecí en Marzo. ¿Soy tu flor favorita? –
aparcó en el primer lugar que pudo y se quedo mirándome, con el coche apagado.
-¿Cómo vas a ser tú una flor?
-Que poco poeta eres…
-Bueno, qué vas a querer?
-¿Cómo?
-Has acertado – le recordé de mala gana. – ¿qué quieres?
-Déjame que piense – salió del coche sin abrir la puerta, saltando por encima de esta. Yo seguí el método tradicional mientras ella bordeaba su vehículo para subirse a la acera.
-Está bien, pero si tardas mucho se anulará – me miró con una ceja alzada y media sonrisa, como diciendo “no querida, me cobraré mi premio aunque te pese” Suspiré - ¿Dónde vamos?
-Espero que te guste el chocolate.
-Sí
-Perfecto
– me cogió del brazo y empezó a caminar dando grandes zancadas hacia un destino desconocido para mí. Esa ignorancia me atacaba, me ponía enferma, y a la vez me excitaba el no saber a qué me iba a tener que enfrentar.

Por fin llegamos a nuestro destino. Por el camino me había enterado de que Juliette es hija única, y de padres divorciados. Ella sabía que yo no tenía amigos, y me había dado un beso en la mejilla.
-¿Qué te parece? – dijo frente a la puerta, inspirando con orgullo
-¿Dónde estamos?
-En la mejor crepería que puedas imaginar nunca
– el olor a comida de aquel lugar salió de pronto para llevarme al mundo del chocolate. – Pasa, que yo invito.
-Oh no… No podría…
-Que sí, mujer-
me rodeó la cintura con su brazo y me obligó a echar a andar.
-Oye!
-¿Qué?
- miré su brazo – ah, perdón, es la costumbre.
-¿La costumbre?
-Sí, mujer. Con mis amigos tengo mucha confianza, y los cojo así para hacerles andar.
-Ya, pero yo no soy tu amiga
– Nos sentamos en una mesa redonda.
-Todavía. - me sonrió como si tramase algún plan y yo la miré desconfiada. Había aceptado a quedar con ella, quizá eso ya se consideraba ser amigas... Llevaba tanto tiempo excluida del mundo que me sentía como un científico estudiado fríamente las relaciones entre animales, buscando nexos, comportamientos tipo - ¿Qué quieres tomar? – me preguntó sin darme tiempo al replicar. Una camarera ya se nos había acercado.
-Pues… una crep, no?
-Lo suponía
– sonrió – y de beber?
-Coca-cola.
-Vale.
– se giró con una sonrisa perfecta hacia la camarera – Una coca-cola, una cerveza y dos crepes, por favor.
-Claro
– dijo con voz melosa la camarera. En su etiqueta ponía que se llamaba María. Se guiñaron un ojo.
-¿La conoces?
-¿Qué te hace pensar eso?
-Os habéis guiñado un ojo.
-¡Ah! No, no la conozco.
-¿Y entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Por qué le has guiñado el ojo?
– se quedó callada. Y yo también, hasta que nos trajeron lo que habíamos pedido. Fue un silencio incómodo dividido en dos partes. Por un lado al espera de una respuesta hacia mi pregunta, y por otro lado, su necesidad de escapar con ella. Suspiré exasperada y cogí el plato para ponérmelo delante de mí, sin percatarme de la sonrisa de “gracias” que le dedicaba Juliette a Maria – Bueno, si no me vas a dar una razón, al menos deja de hacerlo
-Está bien… Lo siento, supongo. Aunque no se qué te molesta de que sea simpática con la camarera
– Comenzamos a comer, y de nuevo el silencio se hizo entre nosotras, aunque quedaba disimulado por las múltiples conversaciones que se llevaban a cabo a nuestro alrededor – qué te parece el crep? – tragué.
-Está muy buena – bebí y corté otro trozo para llevármelo a la boca.

Poco a poco retomamos nuestra conversación. Terminé por olvidar aquel intercambio extraño de confianzas que en un principio no existían mientras me dejaba mecer por las idas y venidas temáticas en nuestra conversación. Temas triviales, marcando constantemente unas distancias que ella se empeñaba en romper con sus comentarios y su lenguaje corporal.
Terminamos, y ella pagó la cuenta sin darme siquiera tiempo a rechistar. Volvimos hacia el coche caminando lentamente, sin prisas, con una sonrisa en el rostro, la sonrisa de placer que se te queda después de haber comido chocolate.

Me dejó en la calle y desde el coche se despidió bajándose las gafas y guiñándome un ojo. Se fue riéndose y con la música a todo volumen. - Recuerda que me debes algo! ya te diré el qué! - me gritó mientras se alejaba, dejándome con la palabra en la boca. Me quedé mirando cómo desaparecía el punto rojo por la esquina, segura de que aquel gesto lo había hecho para mosquearme. Sin embargo, no lo había conseguido. Más bien había hecho que sonriese, como si estuviese a punto de soltar una carcajada, una sola. Entonces me di cuenta de mi estado de estupidez y reaccioné metiéndome en mi casa, haciendo repaso mental de todo lo que me había pasado hoy. Me buscaba en la jornada, y no me encontraba. Ni serenidad, ni seriedad... Ni siquiera en mis apuntes había un ápice de letra caligráfica y estilizada. ¿Dónde me había metido durante el día? Sin embargo, una vez que entré a mi casa, me encontré de frente con la realidad. Soledad. Oscuridad, y un mensaje en el contestador.
Le di a escuchar.
*Dónde diablos estás, Alma? Por qué no estabas estudiando. Supongo que habrá una buena razón para ello. Reza por que no se entere tu padre* borré el mensaje de mi madre. Claro, ¿dónde estaba yo? No, más bien ¿dónde se habían metido ellos durante todos estos años? ¿Quiénes eran mis padres? ¿Y qué derecho tenían ellos de preocuparse por mí?

Suspirando me fui a mi cuarto, prometiéndome que lo que había construido durante años, y que había marchado tan bien, no iba a destruirlo por una tarde en compañía de un ser humano. Mañana, volvería a ser yo, y todo rastro de humanidad e imperfección, posiblemente desaparecerían de mí durante la noche. Con todo ello, me fui a dormir.

Cosas que no parecen lo que son, y un coche rojo 7.1

En la siguiente clase no paré de mirar el reloj en todo momento. No sabía si tenía ganas de salir y descubrir el mundo social, o si quería echarlo todo a perder e irme a mi casa, a mi habitación a refugiarme de los problemas que te sobrevienen cuando convives con otros seres humanos. Golpeé con mis uñas redondeadas y cortadas al nivel de la carne, la mesa. Primero el meñique, anular, corazón y para terminar, el anular. Ni siquiera me molesté en tomar apuntes, tenía la otra mano ocupada en sujetar a mi cabeza, y mi cerebro en la hora de la salida. Trataba de decidir si me escaparía o accedería a romper con mi rutina estable que me había mantenido feliz durante tanto tiempo. Claro que, si era feliz, ¿por qué quería destruirlo?
Unas palabras mágicas – Podéis iros, hemos terminado - me despertaron de mi ensoñación para recoger todo el material que no había usado y salir corriendo. Me paré en la puerta del campus algo mareada y me humedecí los labios. Ahora era cuando tenía que tomar por fin una decisión, irme, o esperar a Juliette. Caminé de un lado para otro concentrada. No conseguía explicarme qué fuerza era la que hacía que me quedase, objetivamente no encontraba ninguna razón. Subjetivamente… bueno, la subjetividad no era mi punto fuerte.

El sonido de un claxon hizo que me parase en seco y alzase la mirada. Un coche antiguo rojo, descapotable, venía conducido por una Juliette a la que las gafas de sol negras redondas la hacían misteriosa, y, por los babeantes rostros de los chicos, atractiva. Claro que quizá tuviese algo que ver en esas miradas obscenas el hecho de que llevaba un escote en el cual podría haberse dibujado un continente entero. Resoplé, se había cambiado de ropa y ahora parecía una mujer dispuesta a llevárselos de calle. Paró frente a mí.Sube, encanto. – se levantó y apoyó su peso en el reposacabezas.-Creo que voy a pasar.
-¿Después de esperarme veinte minutos decides irte?– miré mi reloj. Era cierto, había llegado veinte minutos tarde, y yo no me había marchado – No querrás dejarme tirada por la ropa que llevo, ¿verdad? - ¿Cómo se había dado cuenta? ah sí, habría sido la mirada inquisidora que le había echado en cuanto la había tenido al alcance de mi visión.
-Pues ahora que lo dices – le eché una mirada de arriba abajo, desde su camiseta roja que poco tenía que envidiar a un sujetador, hasta sus pantalones cortos vaqueros que dejaban al aire lo que unas medias de rejilla negras intentaban tapar – no es que vayas muy adecuada…
-Adecuada, ¿para qué?
-No se… ¿qué pretendías hacer? – pregunto desconfiada, acercándome como si se tratase de una atracción electromagnética al coche.-No te preocupes, Lilith, no voy a violarte – di un paso hacia atrás – va… sube… Solo vamos a tomar algo – la miré desconfiada. Ella me puso ojitos de buena persona. Suspiré.-Está bien.– abrí la puerta y me monté en el coche, dejando la mochila bajo mi asiento.
-Además, en el caso de que hiciésemos cosas guarras, ya no sería ilegal.
-¿Cómo?
-Hace poco cumplí los dieciocho. – y arrancó, poniéndose a una velocidad que jamás pensé que aquella antigüedad habría soportado. Cuando me recompuse la miré frustrada mientras ella tarareaba una canción de Rosana, El talismán, concentrada en la carretera. Me parecía imposible que alguien como ella, con ese aspecto tan maduro, y a la vez despreocupado, con un saber estar que parecía decir “se de qué va el mundo”, con su seguridad, su sonrisa teñida de la idea rebelde de un veinteañero, pudiese acabar de cumplir los dieciocho.

-¿cuándo?
-¿Cuándo qué?
-¿Cuándo cumpliste los dieciocho?
-¿Sigues dándole vueltas a eso?
-Sí
-Te lo diré… Si aceptas un reto
-Mi reto ya es pasar un rato contigo. Pero si no quieres no me lo digas.– y me volví hacia mi lado de la carretera, viendo las señales de tráfico pasar, preguntándome a dónde me llevaría Juliette, y por qué había aceptado fiarme de una loca como ella que me había dado un susto de muerte al hacerme pensar que estaba inconsciente.
-En marzo.
-¿Naciste en Marzo?
-Eso he dicho. ¿Tan raro te parece?
-No, me parece curioso.
-¿Por qué? – cambió de marcha, decelerando.
-Me gusta el mes de Marzo.
-Wow. ¡Sorpresa! Acabas de decirme tu flor favorita.
-¿Cómo? No es cierto.– dije confundida.
-Si la adivino qué me das.
-Mmmm… no se.
-¿Puedo elegir?
-Supongo, pero no te excedas.
-Vale. ¿A que es la flor del almendro? – puso un intermitente, y giró. Yo palidecí de golpe y tragué saliva de manera sonora. Me miró fugaz para perder el menor tiempo posible de visión hacia la carretera - ¿Ves?

lunes, 9 de mayo de 2011

Lilith 6.2

Cuando estaba a punto de entrar al edificio en el cual me tocaba la siguiente clase, unos pasos rápidos y unos gritos hicieron que me detuviese y girase sobre mis talones, marcando en mi rostro la exasperación que sentía en esos momentos.
-Lilith! Lilith! Espera!!
--No me llames Lilith! – exclamé con cierto deje de enfado en la voz. Juliette se quedó pasmada ante aquel atisbo de sentimiento en mi tono.
-Vaya, creí que no tenías sentimientos – comentó con media sonrisa en el rostro, parándose entre la puerta del edificio y yo, cruzando los brazos.
-¿Qué pretendes?
-Hablar contigo.
-Pues no va a ser posible– me moví de izquierda a derecha intentando entrar en el edificio, pero ella se anticipaba a cualquier movimiento que intentase realizar, como si supiese de antemano todas las decisiones que iba a tomar. Comenzaba a notarse en su rostro cierta expresión de satisfacción de superioridad que me ponía enferma. – Déjame pasar, Juliette – inquirí seria, quedándome quieta frente a ella, a una distancia que retaba a su presencia. Me crucé de brazos manteniéndome recta, tiesa, intentando mostrarme segura
-No
-¿Cómo que no?
-Como que no te dejo pasar – dibujó una sonrisa burlona – si de verdad lo quieres, lo intentas – explicó imitando mi voz. Noté cómo me subía por el cuello oleadas de ira. Volví a intentar pasar esquivándola por la derecha o por la izquierda, pero seguía sin conseguir despistarla. Yo estaba agotada de sus juegos, y sin embargo ella parecía una rosa recién florecida, entera, sin jadeos, sin despeinarse, con una sonrisa burlona en la boca. No pude evitar preguntarme por un momento qué le había hecho yo, justo antes de arrancar a correr recto, placándola, y cayendo las dos al suelo. La suerte que tuvimos es que mi capacidad física era deplorable, y no nos hicimos daño… O al menos yo, que caí sobre ella.

A nuestro alrededor se hizo el silencio, notaba decenas de miradas clavadas en mi trasero. Cuando volví en mí después de aquel ataque de histeria que me había llevado a tirar a alguien al suelo, miré hacia abajo buscando la cara de Juliette. Con una mano la puse recta, haciendo que me mirase. Tenía los ojos cerrados.
-Juliette… ¿Juliette? – le sacudí la cabeza. Seguía sin responder - ¿Juliette? Respóndeme por favor – en mi voz había un resquicio de miedo que se podía adivinar fácilmente. De golpe, ella abrió los ojos.
-¡BÚ! – me levanté rápidamente, cayéndome enseguida de culo frente a ella. Empezó a reírse, incorporándose. El ambiente de todo el círculo que nos rodeaba se relajó y volvió a su cauce. Sus carcajadas embriagaban el aire, y sin embargo, en mi mirada había odio. O al menos, algo similar.
-¿Pero estás bien de la cabeza? No tienes ni idea del susto que me has dado. Y encima te ríes.
-Creo que me hago una idea. Deberías haberte visto la cara- me levanté y alisé la ropa - ¿Dónde vas?
-Dentro
-No, no. Espera.
-¿A qué? ¿Piensas fingir que te vas a decapitar, o algo así? Quizá eso quedaría más vistoso. Seguro que nos reíamos todos mucho.
-No exageres, Lilith. Ha sido una broma
-Que no me llames así. – respiré hondo. La rabia se había marchado con aquel placaje, y ahora ni siquiera aquel nombre me turbaba. Era como si me hubiese desahogado, y toda aquella parte oscura hubiese quedado pegada al suelo.
-Dime tu nombre.
-Pregúntalo.
-No, quiero que me lo digas tú.
-¿Qué más da?
-Mucho. ¿No le das valor a tu nombre?
-Pues no, es una manera de designar a un ser humano para evitar su confusión con otros a la hora de hablar.
-Cómo se nota que estás estudiando Medicina.
-Vaya. Y tú, señorita de las Bellas Artes, podrías decirme para ti, ¿Qué significan los nombres?
-¿De verdad te interesa?
-Sí, claro – me crucé de brazos esperando una respuesta.
-Bien… a la salida te espero con mi coche y te lo explico.
-¿Qué?
-¿No me has oído?
-Sí, pero no pienso subirme contigo en un coche. No te conozco de nada. Y por si no lo has notado, no estoy cómoda con tu presencia.
-Dame una oportunidad.
-¿Qué fijación tienes con ser mi amiga?
-Esta tarde te lo explico.– Se dio la vuelta sobre sus talones, y se marchó dando grandes zancadas siguiendo una línea que de recta tenía poco. Sentí un nudo en la tripa, como un ligero mareo que me consumía por dentro. Subía desde el intestino y poco a poco nublaba las conexiones de mis neuronas. Me apoyé en la puerta y cerré los ojos. ¿Tanto pánico me daban las relaciones interpersonales?

Se acercó alguien a preguntarme cómo estaba. Debía estar pálida, quizá verde. Despaché a aquel chico con las mejores maneras que encontraba en mi estado. Luego pensé que quizá él podría haber sido mi Romeo, haberme enamorado, habernos fugado. Después pensé en que habría tenido que dejar la carrera a mitad, el dinero que supondría, el poco aliciente intelectual que me ofrecía, y perdí las ganas por escaparme de mi vida.

Entré a clase la primera, como siempre.
Saqué mi libreta de apuntes y la dejé alineada con los bordes de la mesa, como siempre.
Puse mi estuche en la esquina superior derecha de la mesa, como siempre.
Dejé la mochila al lado de la pata trasera izquierda de mi silla, como siempre.
Me cogí un rizo de mi coleta y lo estiré, intentando quitarle la locura a aquel bucle, como siempre.

Todo era como siempre, y sin embargo, me sentía novata en mi propia vida.

domingo, 8 de mayo de 2011

Lilith 6.1

Cuando llegamos Dani y yo al grupo, todos enmudecieron como si hubiesen visto un fantasma. Sus miradas se alternaban entre mi compañera de clase y yo. Cuando me miraban, no sabían qué decir, qué hacer, si presentarme, o esperar a que yo lo hiciese. Cuando miraban a Dani, lo hacían quizá de manera acusatoria, por haber invitado a una absoluta desconocida a aquel grupo cerrado de personas. Suspiré mentalmente, aquello era una tontería. No conocía a nadie y tampoco quería conocerlo. Me sonaban algunas caras, de haber coincidido con ellos en algún sitio (alguna clase, la cola de la cafetería…)

Fue un silencio realmente incómodo. Algún que otro carraspeo hizo aquellos instantes (que parecían eternos) más llevaderos, hasta que por fin, Daniela, viendo que yo sola no me iba a presentar, y que sus amigos tampoco tenían intención de hacerlo, decidió tomar la iniciativa.
-Bueno, chicos. No se si la conocéis todos ­– Por lo visto, algunos sí que me conocían, ya que asintieron – Ella es Alma – Levanté la mano con una sonrisa tímida. Acto seguido, empezó a decir un listado de nombres de los cuales no memoricé casi ningún nombre. De todos ellos, tres más habían coincidido conmigo en varias clases, y los demás, al parecer, habían oído de hablar de mí, hecho que me resultó extraño ya que no había dado jamás motivos para hablar sobre mi persona. Notaba cómo me examinaban con la mirada. Me sentía realmente incómoda siendo sometida a su examen silencioso.
-Encantada – dije con la mejor voz que fui capaz de emitir. Al parecer, ver que era capaz de hablar hizo que se relajasen. Tuve la impresión de que había cambiado de categoría para ellos. De alienígena a rara. No se si me alegró el hecho de acercarme a algún ser humano, el tener la ilusión de que algún día llegasen a aceptarme, o me entristeció darme cuenta que todo iba a ser muy complicado, que nada se parecía a lo que yo había imaginado. Ninguno de los chicos se enamoró perdidamente de mí nada más verme, o al menos, no se notó. No suscité ningún tipo de interés, y al poco tiempo todos habían vuelto a sus conversaciones. Incluso Daniela se había incluido en otra, dejándome sola en ese mar de voces sin saber qué hacer.

De golpe un brazo me rodeó los hombros, y en mi oído sonó una voz familiar que hizo que se me erizase la piel.
-Vaya, pero si es mi amiga…- se quedó callada. – Creo que la última vez no me dijiste tu nombre – giré mi cabeza para ver que de verdad era Juliette. Y mis sospechas quedaron confirmadas, resoplé. En un rápido movimiento me deshice de su brazo y me puse mirándola de frente. Noté alguna mirada puesta sobre mí con poco disimulo, observando la escena.
-Es verdad, no lo hice– le digo seria, carraspeando después. Me quedé mirando durante un corto segundo el rojo chillón con el que llevaba pintados sus labios. Ella pareció percatarse, y dibujó una sonrisa casi perfecta.
-¿Piensas decírmelo? ¿O tengo que ponerte yo uno? – me guiñó un ojo, cuyo contorno estaba dibujado por una línea negra continua, y sus pestañas alargadas con lo que debía ser rimel. Un mechón de pelo caía sobre su rostro, ocultándome una pequeña parte de él y haciendo un corte tajante en su boca. Tenía unas ganas enormes de apartarle el mechón de la cara y colocárselo bien, pero parecía que a ella no le molestaba, y no tenía confianza con ella. Me quedé quieta.

-No se, cuál me pondrías? – le pregunto indiferente. Si me gustaba más el que me dijese, no le diría el mío, así no tendría modo de identificarme. Poco a poco más miradas se iban centrando en nosotras. Creo que hasta la de Dani estaba atenta a aquel juego que parecía un duelo de titanes.
Lilith – la miré sin comprender por qué, levantando una ceja – La Reina de la Noche.
-¿Qué dices? – pregunté escéptica. Ella se acercó a mi oído.
-Se dice que el contacto de sus labios y el uso de sus dientes para beber la sangre de hombres dio origen a los vampiros. Era seductora, agotaba a los hombres con prácticas sexuales… - me susurro al oído. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-Creo que te equivocas de nombre
-Yo no lo creo.– se alejó de mi oreja - Además, se parece a ti.
-¿Quién?
-Lilith
-Venga ya.
- ¿No la has visto nunca?
-No, y creo que prefiero seguir sin verla.
-La pintaré y te la enseñaré.
-No lo harás, porque no nos veremos otra vez. Y no se te ocurra llamarme así.
-Entonces, dime tu nombre. – empezaba a cansarme de ese juego.- Si te interesa, lo preguntas. – me giré hacia Dani. Todos nos miraban expectantes. Debía de parecerles un juego – Me voy a clase, luego nos vemos. – Dani asintió desconfiada. Me miraba a mí, y después a Juliette, sin saber exactamente qué hacer. Parecía dudar de si había hecho bien al llevarme con ellos. – Hasta luego. – Me despedí del grupo, y antes de girarme por completo para marcharme, le dirigí una mirada fría a aquella dichosa chica que tanto me exasperaba.

Eché a caminar, con mi mochila al hombro, lo más recta que me permitía mi fisionomía. Nada más darles la espalda, empecé a escuchar cuchicheos, susurros que parecían llevar un tono acusatorio, posiblemente dirigidos hacia Daniela. Lo sentía por ella. Había sido muy simpática conmigo, y en el fondo se lo agradecía. A partir de este encuentro con la gente de mi edad, vi que me era imposible relacionarme con normalidad con el mundo exterior.

Los susurros fueron acallados rápidamente por un sonoro “CHST” que no se de quién sería. Me daba igual, seguí caminando hasta que quedaron fuera de mi campo auditivo. Tenía ganas de llorar, y no dejaba de darle vueltas a aquel nombre, Lilith, y a lo que ella me había contado. ¿Qué le hacía identificarme a mí con la noche? Me miré la ropa mientras seguía caminando. Predominaban las tonalidades más bien claras. Mi piel era blanca… mi pelo claro… No había nada oscuro en mi apariencia… Igual no se refería a mi aspecto… Pero era imposible que ella supiese algo de mí cuando ni siquiera yo había empleado el tiempo en conocerme, pensando que no había nada que conocer.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cambios casi imperceptibles para el mundo. 5.2

Salí de clase confundida y apresurada. Me sentía humillada, con un muro de rectitud y perfección derruido por los instantes del inicio de la clase de la que salía. Si ya era de normal poco social, en aquellos momentos sentía que necesitaba aislarme del mundo, eludir cualquier contacto humano que pudiese sucederse. Sentía que necesitaba mi cámara. Para notar en mis mejillas el frío de su superficie, su fina y blanca cobertura. Para juguetear con el botón de activación del mecanismo de aquella máquina de sueños en papel de fotografía. Por primera vez en mucho tiempo, para deshacerme de aquel malestar, necesitaba algo que no fuese un libro de texto. Y me sentía extraña al pensar que necesitaba de aquello que había causado el anterior suceso. Si no hubiese cogido aquella cámara, si no me hubiese dejado engañar y hubiese estado estudiando, no habría salido a la calle, no habría conocido a aquella chica tan, por lo visto, odiosa para mí, y hoy, además de saberme la lección y haber podido contestar a todas las preguntas, no me habría sentido avergonzada por una reprimenda que no habría existido porque habría estado prestando atención. Y sin embargo, era ahora cuando la cámara parecía tenerme cogida a mí.

En mis devaneos internos, mis maldiciones a todo lo ajeno a mis estudios, una mano se posó en mi hombro, despertándome con un sobresalto. Me paré en seco y miré escéptica aquella mano que se atrevía a tocarme. Femenina. Me giré hasta ver que aquella extremidad pertenecía a la chica que había llegado tarde a clase.

-Perdona, Alma, no?
-Si. Y tú eres…?
-Soy Daniela, pero me puedes llamar Dani.
-Ah. Encantada Dani. – intentaba ser tajante, no quería saber nada de nadie. Lo único que buscaba era utilizar aquel tiempo de descanso para redimir mi vergüenza a base de martirios duros y dolientes en el silencio y la soledad más absolutos, quizá bajo el cobijo de un árbol. Sin embargo, aquella chica, de pelo negro, ondulado, despeinado, de facciones finas y dulces, y aparentemente cargada de energía y de ganas de molestarme un rato, no entendió que mi tono de voz quería decir “Piérdete”
-Quería preguntarte una cosa… ¿Estás bien? – La miré levantando una ceja – Sí, ya se que no hemos hablado nunca, pero llevo yendo contigo a clase desde el principio, y jamás te han llamado la atención por no prestar atención. Eres la persona más aplicada que conozco – me sentí orgullosa por aquel cumplido. Esta chica empezaba a caerme mejor – y sin embargo, justo cuando hemos entrado mi amiga y yo, me has dirigido una mirada de odio que me ha congelado. Y luego te has perdido en tus pensamientos… No quisiera que tuvieses nada contra mí. Es decir, no nos conocemos casi, y antes que como enemiga, me gustaría ser tu amiga, o al menos tu conocida. Y si no quieres, explícame qué te he hecho – El tono con que concluyó la frase me sorprendió por el matiz agresivo que adquirió al marcar el “qué” en exceso.
-Esa mirada no era para ti. – mi tono neutral se transformó en un tono agresivo que encadené con su última frase.
-¿A no? Pues juraría que me mirabas a mí…
-No,…- dudaba de si decirle que conocía a Juliette o no. Sabía que si le decía que era para su querida amiga, empezaría una ronda de preguntas que no estaba dispuesta a contestar, al menos no a las preguntas a partir de la tercera, por darle un margen. – era para Juliette – confesé. Abrió los ojos como platos cuando escuchó el nombre de su amiga salir de mi boca.
-Vaya, no pensé que tú… - ¿Tuviera amigos? No termina la frase. Quizá se lo piensa mejor, quizá directamente no piensa, que es la opción más plausible – Pensaba que tú eras más tranquila.
-¿Cómo?
-Sí, ya sabes… Dime con quién andas y te diré quién eres.
-¿Qué? - ¿Estaba insinuando esta chica que era amiga de Juliette?
-Pues que Juliette es muy… distinta a lo que parece que eres tú – remarcó el parece.
-Soy como tú crees que soy. Y no tengo nada en común con tu amiga – Dije con cierto deje en mi tono de voz. Ella parecía confusa, y suspiré exasperada. Notaba como mi neutralidad hacia las relaciones interpersonales cada vez se desplazaba más hacia el lado del aislamiento. ¿Cómo era capaz de quejarme de que estaba sola si luego era incapaz de tratar bien a alguien? Claro que yo no tenía la culpa de que nadie se adecuase a lo que yo necesitaba. Cuestión de practicidad. – La conozco, pero no soy su amiga.
-Ah… - comentó desilusionada. No se qué habría visto en mí que coincidiría con Juliette. O qué tipo de persona se habría pensado que soy. Pero la chispa volvió a sus ojos, como si se tratase de un perro al que han engañado varias veces con tirarle su hueso, con la esperanza de que esta vez lo harán de verdad – Oye, ¿por qué no te vienes conmigo y mis amigos? Así los conoces. Nos juntamos de varias facultades, seguro que te caen bien. Son majísimos. – un sentimiento alarmante se despertó en mí. No, no quería conocer a nadie. Quería volver a mi vida anterior. Perfecta, monótona, rutinaria, ejemplar. Sin embargo, mi cuerpo no opinaba lo contrario, ya que se dejó guiar en contra de mis pensamientos por una Daniela emocionada por la “captura” de la rara de medicina. Me exhibía como un trofeo conforme avanzábamos hacia donde se suponía que estaba su grupo.

Poco a poco definí el lugar de destino, una mesa con un banco a cada lado en la cual varios chicos y chicas debatían airados sobre temas que escapaban todavía a mi capacidad auditiva, pero que sin embargo, por sus gestos, era evidente que había dos bandos en aquella conversación. Solo que, a diferencia de cómo yo imaginaba las relaciones interpersonales, llenas de competiciones, de amarguras, de ansia por ser el mejor, por obtener la razón costase lo que costase, éstos parecían disfrutar de su discusión. Se reían, los de un bando abrazaban al otro de vez en cuando, para después gritarse como si el anterior gesto no hubiese existido. Conforme nos acercábamos me entró un sentimiento de histeria y pánico que jamás había sentido. Los colores fueron apareciéndoseme en el rostro. Lo supe porque noté mi cara ardiendo.

Trataba de estructurar cualquier tipo de conversación, pero no se me ocurría nada. Tan solo pedía a mi suerte que me dejasen escapar de allí. Dentro de mi discurso racional mental se colaron el deseo del primer beso, el deseo del primer amor. Por un instante me imaginé con pareja, mostrándole mi amor, siendo una persona normal enamorada de otra persona normal en un sentimiento recíproco. Fue precioso aquel instante de futuro perfecto y platónico.

Antes de llegar al grupo, miré a Dani. Caminaba sonriente, sacando pecho y cogiéndome del brazo para impedir que me escapase corriendo. No pensaba hacerlo aunque quisiese huir de aquella situación. Cogí aire como si hablar me costase horrores.

-¿Qué estudia Juliette? – pareció que escupía las palabras, deseando mandarlas lejos. Y quizá fuese así. si a mi incapacidad de relacionarme sumábamos mi don inexistente (aparentemente) para tratar bien a desconocidos, sería entendible la tonalidad que, de un modo y otro, se hallaba presente en mis discursos.
-Bellas artes – contestó ella unos instantes antes de que llegásemos al perímetro dentro del cual se consideraría que estábamos junto aquel grupo. La tensión se me subió a la cabeza, notando cada palpitar de mi corazón en torno a ella.

Mi único pensamiento cuando dijo la carrera se me repitió un par de veces. “¿Cómo no?”