lunes, 9 de mayo de 2011

Lilith 6.2

Cuando estaba a punto de entrar al edificio en el cual me tocaba la siguiente clase, unos pasos rápidos y unos gritos hicieron que me detuviese y girase sobre mis talones, marcando en mi rostro la exasperación que sentía en esos momentos.
-Lilith! Lilith! Espera!!
--No me llames Lilith! – exclamé con cierto deje de enfado en la voz. Juliette se quedó pasmada ante aquel atisbo de sentimiento en mi tono.
-Vaya, creí que no tenías sentimientos – comentó con media sonrisa en el rostro, parándose entre la puerta del edificio y yo, cruzando los brazos.
-¿Qué pretendes?
-Hablar contigo.
-Pues no va a ser posible– me moví de izquierda a derecha intentando entrar en el edificio, pero ella se anticipaba a cualquier movimiento que intentase realizar, como si supiese de antemano todas las decisiones que iba a tomar. Comenzaba a notarse en su rostro cierta expresión de satisfacción de superioridad que me ponía enferma. – Déjame pasar, Juliette – inquirí seria, quedándome quieta frente a ella, a una distancia que retaba a su presencia. Me crucé de brazos manteniéndome recta, tiesa, intentando mostrarme segura
-No
-¿Cómo que no?
-Como que no te dejo pasar – dibujó una sonrisa burlona – si de verdad lo quieres, lo intentas – explicó imitando mi voz. Noté cómo me subía por el cuello oleadas de ira. Volví a intentar pasar esquivándola por la derecha o por la izquierda, pero seguía sin conseguir despistarla. Yo estaba agotada de sus juegos, y sin embargo ella parecía una rosa recién florecida, entera, sin jadeos, sin despeinarse, con una sonrisa burlona en la boca. No pude evitar preguntarme por un momento qué le había hecho yo, justo antes de arrancar a correr recto, placándola, y cayendo las dos al suelo. La suerte que tuvimos es que mi capacidad física era deplorable, y no nos hicimos daño… O al menos yo, que caí sobre ella.

A nuestro alrededor se hizo el silencio, notaba decenas de miradas clavadas en mi trasero. Cuando volví en mí después de aquel ataque de histeria que me había llevado a tirar a alguien al suelo, miré hacia abajo buscando la cara de Juliette. Con una mano la puse recta, haciendo que me mirase. Tenía los ojos cerrados.
-Juliette… ¿Juliette? – le sacudí la cabeza. Seguía sin responder - ¿Juliette? Respóndeme por favor – en mi voz había un resquicio de miedo que se podía adivinar fácilmente. De golpe, ella abrió los ojos.
-¡BÚ! – me levanté rápidamente, cayéndome enseguida de culo frente a ella. Empezó a reírse, incorporándose. El ambiente de todo el círculo que nos rodeaba se relajó y volvió a su cauce. Sus carcajadas embriagaban el aire, y sin embargo, en mi mirada había odio. O al menos, algo similar.
-¿Pero estás bien de la cabeza? No tienes ni idea del susto que me has dado. Y encima te ríes.
-Creo que me hago una idea. Deberías haberte visto la cara- me levanté y alisé la ropa - ¿Dónde vas?
-Dentro
-No, no. Espera.
-¿A qué? ¿Piensas fingir que te vas a decapitar, o algo así? Quizá eso quedaría más vistoso. Seguro que nos reíamos todos mucho.
-No exageres, Lilith. Ha sido una broma
-Que no me llames así. – respiré hondo. La rabia se había marchado con aquel placaje, y ahora ni siquiera aquel nombre me turbaba. Era como si me hubiese desahogado, y toda aquella parte oscura hubiese quedado pegada al suelo.
-Dime tu nombre.
-Pregúntalo.
-No, quiero que me lo digas tú.
-¿Qué más da?
-Mucho. ¿No le das valor a tu nombre?
-Pues no, es una manera de designar a un ser humano para evitar su confusión con otros a la hora de hablar.
-Cómo se nota que estás estudiando Medicina.
-Vaya. Y tú, señorita de las Bellas Artes, podrías decirme para ti, ¿Qué significan los nombres?
-¿De verdad te interesa?
-Sí, claro – me crucé de brazos esperando una respuesta.
-Bien… a la salida te espero con mi coche y te lo explico.
-¿Qué?
-¿No me has oído?
-Sí, pero no pienso subirme contigo en un coche. No te conozco de nada. Y por si no lo has notado, no estoy cómoda con tu presencia.
-Dame una oportunidad.
-¿Qué fijación tienes con ser mi amiga?
-Esta tarde te lo explico.– Se dio la vuelta sobre sus talones, y se marchó dando grandes zancadas siguiendo una línea que de recta tenía poco. Sentí un nudo en la tripa, como un ligero mareo que me consumía por dentro. Subía desde el intestino y poco a poco nublaba las conexiones de mis neuronas. Me apoyé en la puerta y cerré los ojos. ¿Tanto pánico me daban las relaciones interpersonales?

Se acercó alguien a preguntarme cómo estaba. Debía estar pálida, quizá verde. Despaché a aquel chico con las mejores maneras que encontraba en mi estado. Luego pensé que quizá él podría haber sido mi Romeo, haberme enamorado, habernos fugado. Después pensé en que habría tenido que dejar la carrera a mitad, el dinero que supondría, el poco aliciente intelectual que me ofrecía, y perdí las ganas por escaparme de mi vida.

Entré a clase la primera, como siempre.
Saqué mi libreta de apuntes y la dejé alineada con los bordes de la mesa, como siempre.
Puse mi estuche en la esquina superior derecha de la mesa, como siempre.
Dejé la mochila al lado de la pata trasera izquierda de mi silla, como siempre.
Me cogí un rizo de mi coleta y lo estiré, intentando quitarle la locura a aquel bucle, como siempre.

Todo era como siempre, y sin embargo, me sentía novata en mi propia vida.

domingo, 8 de mayo de 2011

Lilith 6.1

Cuando llegamos Dani y yo al grupo, todos enmudecieron como si hubiesen visto un fantasma. Sus miradas se alternaban entre mi compañera de clase y yo. Cuando me miraban, no sabían qué decir, qué hacer, si presentarme, o esperar a que yo lo hiciese. Cuando miraban a Dani, lo hacían quizá de manera acusatoria, por haber invitado a una absoluta desconocida a aquel grupo cerrado de personas. Suspiré mentalmente, aquello era una tontería. No conocía a nadie y tampoco quería conocerlo. Me sonaban algunas caras, de haber coincidido con ellos en algún sitio (alguna clase, la cola de la cafetería…)

Fue un silencio realmente incómodo. Algún que otro carraspeo hizo aquellos instantes (que parecían eternos) más llevaderos, hasta que por fin, Daniela, viendo que yo sola no me iba a presentar, y que sus amigos tampoco tenían intención de hacerlo, decidió tomar la iniciativa.
-Bueno, chicos. No se si la conocéis todos ­– Por lo visto, algunos sí que me conocían, ya que asintieron – Ella es Alma – Levanté la mano con una sonrisa tímida. Acto seguido, empezó a decir un listado de nombres de los cuales no memoricé casi ningún nombre. De todos ellos, tres más habían coincidido conmigo en varias clases, y los demás, al parecer, habían oído de hablar de mí, hecho que me resultó extraño ya que no había dado jamás motivos para hablar sobre mi persona. Notaba cómo me examinaban con la mirada. Me sentía realmente incómoda siendo sometida a su examen silencioso.
-Encantada – dije con la mejor voz que fui capaz de emitir. Al parecer, ver que era capaz de hablar hizo que se relajasen. Tuve la impresión de que había cambiado de categoría para ellos. De alienígena a rara. No se si me alegró el hecho de acercarme a algún ser humano, el tener la ilusión de que algún día llegasen a aceptarme, o me entristeció darme cuenta que todo iba a ser muy complicado, que nada se parecía a lo que yo había imaginado. Ninguno de los chicos se enamoró perdidamente de mí nada más verme, o al menos, no se notó. No suscité ningún tipo de interés, y al poco tiempo todos habían vuelto a sus conversaciones. Incluso Daniela se había incluido en otra, dejándome sola en ese mar de voces sin saber qué hacer.

De golpe un brazo me rodeó los hombros, y en mi oído sonó una voz familiar que hizo que se me erizase la piel.
-Vaya, pero si es mi amiga…- se quedó callada. – Creo que la última vez no me dijiste tu nombre – giré mi cabeza para ver que de verdad era Juliette. Y mis sospechas quedaron confirmadas, resoplé. En un rápido movimiento me deshice de su brazo y me puse mirándola de frente. Noté alguna mirada puesta sobre mí con poco disimulo, observando la escena.
-Es verdad, no lo hice– le digo seria, carraspeando después. Me quedé mirando durante un corto segundo el rojo chillón con el que llevaba pintados sus labios. Ella pareció percatarse, y dibujó una sonrisa casi perfecta.
-¿Piensas decírmelo? ¿O tengo que ponerte yo uno? – me guiñó un ojo, cuyo contorno estaba dibujado por una línea negra continua, y sus pestañas alargadas con lo que debía ser rimel. Un mechón de pelo caía sobre su rostro, ocultándome una pequeña parte de él y haciendo un corte tajante en su boca. Tenía unas ganas enormes de apartarle el mechón de la cara y colocárselo bien, pero parecía que a ella no le molestaba, y no tenía confianza con ella. Me quedé quieta.

-No se, cuál me pondrías? – le pregunto indiferente. Si me gustaba más el que me dijese, no le diría el mío, así no tendría modo de identificarme. Poco a poco más miradas se iban centrando en nosotras. Creo que hasta la de Dani estaba atenta a aquel juego que parecía un duelo de titanes.
Lilith – la miré sin comprender por qué, levantando una ceja – La Reina de la Noche.
-¿Qué dices? – pregunté escéptica. Ella se acercó a mi oído.
-Se dice que el contacto de sus labios y el uso de sus dientes para beber la sangre de hombres dio origen a los vampiros. Era seductora, agotaba a los hombres con prácticas sexuales… - me susurro al oído. Un escalofrío recorrió mi espalda.
-Creo que te equivocas de nombre
-Yo no lo creo.– se alejó de mi oreja - Además, se parece a ti.
-¿Quién?
-Lilith
-Venga ya.
- ¿No la has visto nunca?
-No, y creo que prefiero seguir sin verla.
-La pintaré y te la enseñaré.
-No lo harás, porque no nos veremos otra vez. Y no se te ocurra llamarme así.
-Entonces, dime tu nombre. – empezaba a cansarme de ese juego.- Si te interesa, lo preguntas. – me giré hacia Dani. Todos nos miraban expectantes. Debía de parecerles un juego – Me voy a clase, luego nos vemos. – Dani asintió desconfiada. Me miraba a mí, y después a Juliette, sin saber exactamente qué hacer. Parecía dudar de si había hecho bien al llevarme con ellos. – Hasta luego. – Me despedí del grupo, y antes de girarme por completo para marcharme, le dirigí una mirada fría a aquella dichosa chica que tanto me exasperaba.

Eché a caminar, con mi mochila al hombro, lo más recta que me permitía mi fisionomía. Nada más darles la espalda, empecé a escuchar cuchicheos, susurros que parecían llevar un tono acusatorio, posiblemente dirigidos hacia Daniela. Lo sentía por ella. Había sido muy simpática conmigo, y en el fondo se lo agradecía. A partir de este encuentro con la gente de mi edad, vi que me era imposible relacionarme con normalidad con el mundo exterior.

Los susurros fueron acallados rápidamente por un sonoro “CHST” que no se de quién sería. Me daba igual, seguí caminando hasta que quedaron fuera de mi campo auditivo. Tenía ganas de llorar, y no dejaba de darle vueltas a aquel nombre, Lilith, y a lo que ella me había contado. ¿Qué le hacía identificarme a mí con la noche? Me miré la ropa mientras seguía caminando. Predominaban las tonalidades más bien claras. Mi piel era blanca… mi pelo claro… No había nada oscuro en mi apariencia… Igual no se refería a mi aspecto… Pero era imposible que ella supiese algo de mí cuando ni siquiera yo había empleado el tiempo en conocerme, pensando que no había nada que conocer.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cambios casi imperceptibles para el mundo. 5.2

Salí de clase confundida y apresurada. Me sentía humillada, con un muro de rectitud y perfección derruido por los instantes del inicio de la clase de la que salía. Si ya era de normal poco social, en aquellos momentos sentía que necesitaba aislarme del mundo, eludir cualquier contacto humano que pudiese sucederse. Sentía que necesitaba mi cámara. Para notar en mis mejillas el frío de su superficie, su fina y blanca cobertura. Para juguetear con el botón de activación del mecanismo de aquella máquina de sueños en papel de fotografía. Por primera vez en mucho tiempo, para deshacerme de aquel malestar, necesitaba algo que no fuese un libro de texto. Y me sentía extraña al pensar que necesitaba de aquello que había causado el anterior suceso. Si no hubiese cogido aquella cámara, si no me hubiese dejado engañar y hubiese estado estudiando, no habría salido a la calle, no habría conocido a aquella chica tan, por lo visto, odiosa para mí, y hoy, además de saberme la lección y haber podido contestar a todas las preguntas, no me habría sentido avergonzada por una reprimenda que no habría existido porque habría estado prestando atención. Y sin embargo, era ahora cuando la cámara parecía tenerme cogida a mí.

En mis devaneos internos, mis maldiciones a todo lo ajeno a mis estudios, una mano se posó en mi hombro, despertándome con un sobresalto. Me paré en seco y miré escéptica aquella mano que se atrevía a tocarme. Femenina. Me giré hasta ver que aquella extremidad pertenecía a la chica que había llegado tarde a clase.

-Perdona, Alma, no?
-Si. Y tú eres…?
-Soy Daniela, pero me puedes llamar Dani.
-Ah. Encantada Dani. – intentaba ser tajante, no quería saber nada de nadie. Lo único que buscaba era utilizar aquel tiempo de descanso para redimir mi vergüenza a base de martirios duros y dolientes en el silencio y la soledad más absolutos, quizá bajo el cobijo de un árbol. Sin embargo, aquella chica, de pelo negro, ondulado, despeinado, de facciones finas y dulces, y aparentemente cargada de energía y de ganas de molestarme un rato, no entendió que mi tono de voz quería decir “Piérdete”
-Quería preguntarte una cosa… ¿Estás bien? – La miré levantando una ceja – Sí, ya se que no hemos hablado nunca, pero llevo yendo contigo a clase desde el principio, y jamás te han llamado la atención por no prestar atención. Eres la persona más aplicada que conozco – me sentí orgullosa por aquel cumplido. Esta chica empezaba a caerme mejor – y sin embargo, justo cuando hemos entrado mi amiga y yo, me has dirigido una mirada de odio que me ha congelado. Y luego te has perdido en tus pensamientos… No quisiera que tuvieses nada contra mí. Es decir, no nos conocemos casi, y antes que como enemiga, me gustaría ser tu amiga, o al menos tu conocida. Y si no quieres, explícame qué te he hecho – El tono con que concluyó la frase me sorprendió por el matiz agresivo que adquirió al marcar el “qué” en exceso.
-Esa mirada no era para ti. – mi tono neutral se transformó en un tono agresivo que encadené con su última frase.
-¿A no? Pues juraría que me mirabas a mí…
-No,…- dudaba de si decirle que conocía a Juliette o no. Sabía que si le decía que era para su querida amiga, empezaría una ronda de preguntas que no estaba dispuesta a contestar, al menos no a las preguntas a partir de la tercera, por darle un margen. – era para Juliette – confesé. Abrió los ojos como platos cuando escuchó el nombre de su amiga salir de mi boca.
-Vaya, no pensé que tú… - ¿Tuviera amigos? No termina la frase. Quizá se lo piensa mejor, quizá directamente no piensa, que es la opción más plausible – Pensaba que tú eras más tranquila.
-¿Cómo?
-Sí, ya sabes… Dime con quién andas y te diré quién eres.
-¿Qué? - ¿Estaba insinuando esta chica que era amiga de Juliette?
-Pues que Juliette es muy… distinta a lo que parece que eres tú – remarcó el parece.
-Soy como tú crees que soy. Y no tengo nada en común con tu amiga – Dije con cierto deje en mi tono de voz. Ella parecía confusa, y suspiré exasperada. Notaba como mi neutralidad hacia las relaciones interpersonales cada vez se desplazaba más hacia el lado del aislamiento. ¿Cómo era capaz de quejarme de que estaba sola si luego era incapaz de tratar bien a alguien? Claro que yo no tenía la culpa de que nadie se adecuase a lo que yo necesitaba. Cuestión de practicidad. – La conozco, pero no soy su amiga.
-Ah… - comentó desilusionada. No se qué habría visto en mí que coincidiría con Juliette. O qué tipo de persona se habría pensado que soy. Pero la chispa volvió a sus ojos, como si se tratase de un perro al que han engañado varias veces con tirarle su hueso, con la esperanza de que esta vez lo harán de verdad – Oye, ¿por qué no te vienes conmigo y mis amigos? Así los conoces. Nos juntamos de varias facultades, seguro que te caen bien. Son majísimos. – un sentimiento alarmante se despertó en mí. No, no quería conocer a nadie. Quería volver a mi vida anterior. Perfecta, monótona, rutinaria, ejemplar. Sin embargo, mi cuerpo no opinaba lo contrario, ya que se dejó guiar en contra de mis pensamientos por una Daniela emocionada por la “captura” de la rara de medicina. Me exhibía como un trofeo conforme avanzábamos hacia donde se suponía que estaba su grupo.

Poco a poco definí el lugar de destino, una mesa con un banco a cada lado en la cual varios chicos y chicas debatían airados sobre temas que escapaban todavía a mi capacidad auditiva, pero que sin embargo, por sus gestos, era evidente que había dos bandos en aquella conversación. Solo que, a diferencia de cómo yo imaginaba las relaciones interpersonales, llenas de competiciones, de amarguras, de ansia por ser el mejor, por obtener la razón costase lo que costase, éstos parecían disfrutar de su discusión. Se reían, los de un bando abrazaban al otro de vez en cuando, para después gritarse como si el anterior gesto no hubiese existido. Conforme nos acercábamos me entró un sentimiento de histeria y pánico que jamás había sentido. Los colores fueron apareciéndoseme en el rostro. Lo supe porque noté mi cara ardiendo.

Trataba de estructurar cualquier tipo de conversación, pero no se me ocurría nada. Tan solo pedía a mi suerte que me dejasen escapar de allí. Dentro de mi discurso racional mental se colaron el deseo del primer beso, el deseo del primer amor. Por un instante me imaginé con pareja, mostrándole mi amor, siendo una persona normal enamorada de otra persona normal en un sentimiento recíproco. Fue precioso aquel instante de futuro perfecto y platónico.

Antes de llegar al grupo, miré a Dani. Caminaba sonriente, sacando pecho y cogiéndome del brazo para impedir que me escapase corriendo. No pensaba hacerlo aunque quisiese huir de aquella situación. Cogí aire como si hablar me costase horrores.

-¿Qué estudia Juliette? – pareció que escupía las palabras, deseando mandarlas lejos. Y quizá fuese así. si a mi incapacidad de relacionarme sumábamos mi don inexistente (aparentemente) para tratar bien a desconocidos, sería entendible la tonalidad que, de un modo y otro, se hallaba presente en mis discursos.
-Bellas artes – contestó ella unos instantes antes de que llegásemos al perímetro dentro del cual se consideraría que estábamos junto aquel grupo. La tensión se me subió a la cabeza, notando cada palpitar de mi corazón en torno a ella.

Mi único pensamiento cuando dijo la carrera se me repitió un par de veces. “¿Cómo no?”

Cambios casi imperceptibles para el mundo. 5.1

Pronto volví a la rutina. Y por pronto me refiero al día siguiente. Sonó mi despertador. Tenía que ir a clase. Me levanté cuando ni siquiera el sol había decidido salir a alumbrar el mundo. Me vestí, y mientras se hacía el desayuno me peiné el pelo haciéndome una coleta. Bebí mi taza de café con leche, cogí las llaves del coche (un modelo de segunda mano color blanco) y salí hacia él.

Conducía hacia la facultad algo desorientada, quizá el café aún no me había hecho efecto. Encendí la radio, dejándola en un programa de música de otros años. No conocía ninguna canción, pero me resultaban más agradables que cualquiera de las canciones que sonaban en los reproductores de las personas de mi edad, tan estridentes, tan desacompasadas. Supongo que era Dire Straits los que me acompañaban a la facultad, con su canción Sultans of swing. Por primera vez desde que conducía a clase con música puesta, me permití golpear con los dedos índices el volante mientras me mantenía en rectas, al ritmo de la música. Sonaron varias canciones más después de esta hasta que aparqué el coche y me bajé de él. Saqué la mochila del asiento trasero y lo cerré.

Caminé encorvada hacia la clase que me tocaba, evitando cruzarme con cualquier conocido. Hoy me sentía realmente diferente, imperfecta, a pesar de haberme mirado en el espejo del retrovisor para comprobar que tenía el pelo perfectamente definido, sin un solo mechón rebelde, con el pintalabios levemente rosado perfectamente deslizado en mis labios y el maquillaje casi imperceptible, y a la vez, haciéndome tan perfecta, tan muñequita. Maquillaje artificial que me hacía parecer perfectamente natural. Temía que se me notase, que observasen que el día anterior había perdido los papeles, de modo que evité mantener contacto visual a no ser que fuese estrictamente necesario, manteniendo la mirada baja y saludando sin dirigirla a ninguna persona. Pensaba que podían leerme el alma con mantener sus ojos conectados con los míos, y a veces parecía ser verdad.

Empezó la clase, y todo cuanto decía el profesor, por primera vez me resultaba vagamente conocido. Posiblemente se hablase el día anterior, lo hubiesen explicado antes, o yo lo hubiese leído de pasada en algún lugar, pero mi inseguridad por haber abandonado rastreramente mis horas de estudio hacía que me fuese casi imposible encontrar cualquier conocimiento adquirido sobre lo que se iba nombrando. Miré con un brillo de pánico en mis pupilas a mis compañeros, girando con disimulo la cabeza hacia atrás. Todos tenían la mirada fija en el profesor, que no paraba ni un instante de decir su discurso mientras algunos asentían como muestra de prestar atención, y otros tomaban apuntes en un vago intento de retener la cantidad de información que salía de la boca de aquel individuo que tenía frente a mí. Y me quedé ensimismada hasta que las puertas del fondo se abrieron para dejar entrar a una chica que me resultaba familiar acompañada de una compañera de clase, ambas cogidas de la mano. Miré a Juliette acusatoria en cuanto determiné que se trataba de la chica del día anterior, e intenté mantener contacto visual con ella para mirarla con una expresión que diese a entender “Márchate, este es mi territorio”, pero no fui capaz.

- ¿Alma? – la voz del profesor hizo que me girase de golpe, sobresaltada.
-¿Sí?
-Si no estás en condiciones de seguir la lección, te pido que abandones la clase o al menos no molestes.
-Yo… Yo… Estaba atendiendo
-¿Sí? ¿Podrías explicarnos lo que estoy diciendo? ¿O al menos repetir las últimas palabras que he dicho? ¿La última frase? – me sonrojé. No, no era capaz. De nuevo, aquella figura femenina había turbado mis instintos, descolocado mi modo natural de actuar. Agaché la cabeza como muestra de arrepentimiento.
-No. Disculpe. – Apreté los labios dispuesta a recibir una reprimenda, un discurso sobre la importancia de mantener la atención en las clases, que la asistencia a las clases de la Universidad es un privilegio… Había visto al cuerpo docente dar más de una vez el mismo discurso a diferentes personas. Sin embargo, no sucedió. Asintió con firmeza, y siguió con su explicación, decidiendo ignorar el ángulo de visión en el que yo me encontraba.

Me giré una última vez hacia donde se había sentado Juliette para dedicarle una expresión de reproche, pero solo estaba aquella compañera de clases cuyo nombre no era capaz de recordar con exactitud. Así que determiné mirar al frente e intentar prestar la atención que aquella mañana rara mi mente había determinado no prestar.

lunes, 2 de mayo de 2011

Preguntas existenciales

Llegué a casa confundida por el encontronazo. Había algo en aquella chica desconocida… ¿Juliette? Que me perturbaba. No podía quitármela de la cabeza, sus labios, tan rojos que debían de inducir al pecado a más de un chico, su mirada grisácea que me evocaba el mar, o su actitud abierta y desenfadada hacia el mundo. ¿Era posible que sintiese envidia de esa desconocida? Además, esa conversación era la más larga que había mantenido con un ser humano desde que yo recordaba. Y me había quedado con ganas de seguir ejercitando mi lengua, hablando, aunque externamente me mostrase reacia a ello.

Atravesé el portal, y la música de Carmina Burana seguía repitiéndose en mi cuarto. Mis padres no habían vuelto. Me acerqué al teléfono por si habían dejado algún mensaje, pero no había rastro de llamadas. Suspiré y me eché el pelo hacia atrás con la mano. Dejé la cámara en la mesa y fui directa a la cocina. No tenía mucha hambre, pero notaba que necesitaba ingerir algo. De las pocas frutas presentes elegí un plátano, y me subí a mi cuarto, acompañada por la música que salía de mi cuarto, y que parecía entrarme por un oído y salirme por otro.

Pelé el plátano parcialmente y le di un bocado. No mastiqué, me quedé con aquella pequeña porción arrancada en el interior de mi boca, dejando que se deshiciese lentamente. Me supo diferente. Dejé con cuidado la cámara encima de la cama y apagué la música. Me sentí realmente indiferente a todo lo que me rodeaba. Eché un vistazo hacia donde estaba el libro que tenía que memorizar y resoplé. Yo misma me sorprendí con aquella desgana que profesaba. Y me dejé llevar por la apatía, tumbándome en la cama, de lado, mientras terminaba de comer el plátano y dejaba la cáscara sobre la mesa. Cogí la cámara y me la puse al lado de la cabeza mientras repasaba mis dientes con la lengua, saboreando el gusto pasado a plátano. Y no pude evitar empezar a nombrarme las muelas que iba lamiendo… Tercer molar, segundo, primero, segundo premolar,… mientras acariciaba con la yema del dedo índice la blanca superficie resbaladiza de la cámara. Cerré los ojos respirando profundamente. Repasé la tarde. ¿¿Cómo diablos me había escapado de mi misma??

Bostecé. ¿Dónde estarían mis padres? Me rasqué la nariz. ¿Sabrían que no había estudiado nada en toda la tarde? Suspiré fuerte ¿Volvería a ver a aquella chica? Me humedecí los labios. ¿Sería hora de cambiar mi cuarto? ¿La decoración, los colores? Me mordí el labio inferior. ¿Debería comprar más papel de fotografía? ¿Debería jugármela? - Y con preguntas existenciales, me quedé dormida