-Lilith! Lilith! Espera!!
--No me llames Lilith! – exclamé con cierto deje de enfado en la voz. Juliette se quedó pasmada ante aquel atisbo de sentimiento en mi tono.
-Vaya, creí que no tenías sentimientos – comentó con media sonrisa en el rostro, parándose entre la puerta del edificio y yo, cruzando los brazos.
-¿Qué pretendes?
-Hablar contigo.
-Pues no va a ser posible– me moví de izquierda a derecha intentando entrar en el edificio, pero ella se anticipaba a cualquier movimiento que intentase realizar, como si supiese de antemano todas las decisiones que iba a tomar. Comenzaba a notarse en su rostro cierta expresión de satisfacción de superioridad que me ponía enferma. – Déjame pasar, Juliette – inquirí seria, quedándome quieta frente a ella, a una distancia que retaba a su presencia. Me crucé de brazos manteniéndome recta, tiesa, intentando mostrarme segura
-No
-¿Cómo que no?
-Como que no te dejo pasar – dibujó una sonrisa burlona – si de verdad lo quieres, lo intentas – explicó imitando mi voz. Noté cómo me subía por el cuello oleadas de ira. Volví a intentar pasar esquivándola por la derecha o por la izquierda, pero seguía sin conseguir despistarla. Yo estaba agotada de sus juegos, y sin embargo ella parecía una rosa recién florecida, entera, sin jadeos, sin despeinarse, con una sonrisa burlona en la boca. No pude evitar preguntarme por un momento qué le había hecho yo, justo antes de arrancar a correr recto, placándola, y cayendo las dos al suelo. La suerte que tuvimos es que mi capacidad física era deplorable, y no nos hicimos daño… O al menos yo, que caí sobre ella.
A nuestro alrededor se hizo el silencio, notaba decenas de miradas clavadas en mi trasero. Cuando volví en mí después de aquel ataque de histeria que me había llevado a tirar a alguien al suelo, miré hacia abajo buscando la cara de Juliette. Con una mano la puse recta, haciendo que me mirase. Tenía los ojos cerrados.
-Juliette… ¿Juliette? – le sacudí la cabeza. Seguía sin responder - ¿Juliette? Respóndeme por favor – en mi voz había un resquicio de miedo que se podía adivinar fácilmente. De golpe, ella abrió los ojos.
-¡BÚ! – me levanté rápidamente, cayéndome enseguida de culo frente a ella. Empezó a reírse, incorporándose. El ambiente de todo el círculo que nos rodeaba se relajó y volvió a su cauce. Sus carcajadas embriagaban el aire, y sin embargo, en mi mirada había odio. O al menos, algo similar.
-¿Pero estás bien de la cabeza? No tienes ni idea del susto que me has dado. Y encima te ríes.
-Creo que me hago una idea. Deberías haberte visto la cara- me levanté y alisé la ropa - ¿Dónde vas?
-Dentro
-No, no. Espera.
-¿A qué? ¿Piensas fingir que te vas a decapitar, o algo así? Quizá eso quedaría más vistoso. Seguro que nos reíamos todos mucho.
-No exageres, Lilith. Ha sido una broma
-Que no me llames así. – respiré hondo. La rabia se había marchado con aquel placaje, y ahora ni siquiera aquel nombre me turbaba. Era como si me hubiese desahogado, y toda aquella parte oscura hubiese quedado pegada al suelo.
-Dime tu nombre.
-Pregúntalo.
-No, quiero que me lo digas tú.
-¿Qué más da?
-Mucho. ¿No le das valor a tu nombre?
-Pues no, es una manera de designar a un ser humano para evitar su confusión con otros a la hora de hablar.
-Cómo se nota que estás estudiando Medicina.
-Vaya. Y tú, señorita de las Bellas Artes, podrías decirme para ti, ¿Qué significan los nombres?
-¿De verdad te interesa?
-Sí, claro – me crucé de brazos esperando una respuesta.
-Bien… a la salida te espero con mi coche y te lo explico.
-¿Qué?
-¿No me has oído?
-Sí, pero no pienso subirme contigo en un coche. No te conozco de nada. Y por si no lo has notado, no estoy cómoda con tu presencia.
-Dame una oportunidad.
-¿Qué fijación tienes con ser mi amiga?
-Esta tarde te lo explico.– Se dio la vuelta sobre sus talones, y se marchó dando grandes zancadas siguiendo una línea que de recta tenía poco. Sentí un nudo en la tripa, como un ligero mareo que me consumía por dentro. Subía desde el intestino y poco a poco nublaba las conexiones de mis neuronas. Me apoyé en la puerta y cerré los ojos. ¿Tanto pánico me daban las relaciones interpersonales?
Se acercó alguien a preguntarme cómo estaba. Debía estar pálida, quizá verde. Despaché a aquel chico con las mejores maneras que encontraba en mi estado. Luego pensé que quizá él podría haber sido mi Romeo, haberme enamorado, habernos fugado. Después pensé en que habría tenido que dejar la carrera a mitad, el dinero que supondría, el poco aliciente intelectual que me ofrecía, y perdí las ganas por escaparme de mi vida.
Entré a clase la primera, como siempre.
Saqué mi libreta de apuntes y la dejé alineada con los bordes de la mesa, como siempre.
Puse mi estuche en la esquina superior derecha de la mesa, como siempre.
Dejé la mochila al lado de la pata trasera izquierda de mi silla, como siempre.
Me cogí un rizo de mi coleta y lo estiré, intentando quitarle la locura a aquel bucle, como siempre.
Todo era como siempre, y sin embargo, me sentía novata en mi propia vida.