lunes, 27 de junio de 2011

Dos Romeos y una Julieta

-Ese mismo día, en otro lugar lejos de la habitación de Alma-

-Va, chicos, ¿qué más os da? – Dijo Juliette antes de meterse un par de patatas fritas en la boca. Frente a ella, Andreu y Marcos se miraban indecisos sin saber si acceder o no.
Juliette había aparecido a la hora de comer con la absurda idea de quedar al día siguiente los tres con Alma. Al principio, ninguno de los dos barones sospechaban que aquel nuevo nombre correspondía a aquella chica que se sentaba en primera fila en todas las clases a las que asistía Andreu y que jamás se dignaba a compartir más allá de las palabras necesarias con el resto de compañeros. Tampoco habían pensado que Alma era esa chica que siempre se sentaba en la mesa de enfrente de Marcos, sola, a comer una manzana mientras hundía su cabeza en un libro de bioquímica mientras dejaba que a los de alrededor les llegase un leve flujo a música clásica que hacía que a su alrededor se formase un espacio circular equivalente a la distancia a la cual llegaba esa música. Aunque tampoco parecía importarle.
-Juliette, no se yo… - dijo Andreu, tratando de recordar algún rasgo característico de aquella chica de la que hablaba su amiga. Algo que le llamase la atención, que hiciese que pudiese pensarse de manera seria el acceder a pasar una tarde con ella y los otros dos acompañantes. Lo único que le venía a la mente era su largo pelo rubio con detalles rojizos que pocas veces había tenido la oportunidad de ver suelto, ondeando trastornado al compás del viento. La imagen más viva de aquel pelo que podría ser hermoso si se le dejase libre, era recogido en un moño, marginado, obligado a permanecer estable en una estructura artificial. Pensando en el pelo de Alma, Andreu se preguntó si no sería una metáfora de la vida de aquella chica, si bajo aquel aspecto de chica buena, reprimida, se encontraba una fiera salvaje encarcelada y dispuesta a salir y comerse el mundo. Luego se preguntó qué hacía estudiando medicina con lo poeta que él era.
-Por lo que nos han contado, Juliette, no encajaremos muy bien – razonó Marcos. Aquel chico de 20 años, tez morena y ojos verdes llevaba dos años repitiendo primero de Bellas Artes en la universidad. Decía que amaba aquel curso, y que lo dejaría cuando estuviese preparado para dejarlo. El resto terminaban aquel razonamiento afirmando que sería cuando estuviese preparado para dejar de no hacer nada. Pero él era feliz en su estado constante de año sabático y por el momento no tenía pensado dejarlo. Este año se había encaprichado de Juliette. La veía como una musa para sus pinturas, y en efecto, cuando ella posaba para él, de su pincel salían auténticas obras de arte que reflejaban la lujuria y la pasión que emanaba la propia piel de la chica. Marcos era un bohemio, un enamorado de la vida, defensor del amor libre y de la necesidad de dejarse llevar por los instintos.
-Es por eso, Marcos, por lo diferentes que somos, por lo que estaría bien que quedásemos. – ambos volvieron a mirarla con desconfianza. – Vamos a ver, chicos. Es cierto que tú y yo – señaló a Marcos – nos parecemos bastante, pero yo con Andreu tengo poco en común. – Ambos dieron un bocado a sus hamburguesas.
-En eso tienes razón – concedió Andreu una vez había tragado – tú eres demasiado para mi cuadriculada cabeza.
-Cielo, tú eres un poeta que sueña con volar. Lo único que tienes cuadrados son los huev…
-Vale, lo he entendido Juliette
– dijo riéndose mientras intentaba meterle en la boca a Juliette un par de patatas fritas para callarla antes de escandalizar a los otros comensales de mesas vecinas con su comentario. – De todas maneras, sigo sin convencerme.
-No os tiene que convencer –
dijo Juliette mientras masticaba. Dio un trago a su cerveza – solo tenéis que venir una tarde a hacernos compañía, conocerla un poco… daros a conocer… igual hasta os gusta – dijo con cierto deje lascivo, haciéndole ojitos a Marcos, el cual parecía demasiado concentrado terminándose su hamburguesa. Él la miró y alzó una ceja.
-No empieces con tus intentos de emparejarme con alguien.
-Pero si es una chica encantadora.
-Mira, estoy seguro de que no tiene alas para volar, está demasiado en la tierra, y yo no quiero ahogarme. Y lo sabes.
-Conociéndola no pierdes nada
– insistió Juliette, dándole un último bocado a su hamburguesa. – Además, vosotros, con lo abiertos y modernos que sois, y arrastráis esos prejuicios hacia gente que no lleva el mismo estilo de vida que vosotros… No lo entiendo – se terminó su cerveza.
-¡Está bien! – exclamó Andreu. Marcos lo miró sorprendido – Iremos mañana con esa tal Alma, la conoceremos, sobreactuaremos, pasaremos una tarde aburridamente formal, y luego se acabó. Pero ahora, cállate, pesada.
-Marcos, tú te incluyes, ¿no?
-¿Que remedio me queda?
-¿Sabéis que os quiero con locura?
– preguntó Juliette divertida mientras daba un trago a la cerveza de Marcos. - ¿Pagamos y nos vamos?
-Claro. Me toca a mí, ¿no?
– dijo Andreu. Los otros dos asintieron.


Se levantaron de la mesa y caminaron en dirección a casa de Juliette.
-Mis padres no están en casa.
-Perfecto.
-Oye, qué te ha dado con esa chica?
-Andreu, deja el tema, que si no, no se va a callar en toda la tarde.
-Es que la veo tan sola, y yo soy tan feliz en compañía…
- rodeó las caderas de ambos chicos con sus brazos, estando ella en medio de ellos, haciendo caso omiso del comentario de Marcos – además, tiene algo… que no se.
-Ui, Juliette, ni se te ocurra.
-¿El qué?
-Que te veo la mirada. Mírala, Marco
s, mírala. Se ha encaprichado de ella.
-¿Cómo me voy a encaprichar de una chica que no conozco de nada? A ver, Andreu, piensa. No es mi tipo, sabes que prefiero a los hombres…
-Ya pero los tres conocemos tu tendencia a la ambigüedad…
-Es cierto, pero… ¿Responde ella a las características de las chicas con las que he estado?
-No.
-Ni de lejos.
-Pues entonces, fin del debate. Además, te pega a ti, Marcos.
– dijo con media sonrisa.



Llegaron por fin al portal de la finca de Juliette, y esta abrió mientras observaba por el rabillo del ojo cómo Marcus buscaba alguna respuesta ingeniosa a su último comentario. Pasaron los tres, cerrando las puertas a sus espaldas y caminando hacia el ascensor. Juliette apretó el botón.
-Bueno. En resumen y para concluir, chicos, mañana será mejor que finjamos que Andreu y yo somos pareja – Andreu se sonrió a sí mismo por haber sido elegido para fingir ser pareja de Juliette.
-y yo, ¿qué?
-Tú te encargarás de convencer a Alma de que la vida solitaria no es sana.
-¿Y cómo lo hago? ¿Le meto mano?
-Tú sabrás.
– se metieron los tres al ascensor – improvisa. – Marcos suspiró. Las puertas se fueron cerrando lentamente. – Bueno dejemos este tema de una vez y ocupémonos de lo que nos toca. – Los dos chicos asintieron.

Antes de que la puerta del ascensor se cerrase del todo, se pudo ver el prefacio de aquella película de locos, desdibujada entre besos de Juliette y Andreu y caricias indecentes de Marcos. Sin duda, aquellas bocas unidas no se estaban contando cuentos infantiles, y las manos morenas de Marcos no buscaban sino encontrar tesoros ocultos en la piel de Juliette. La sonrisa de satisfacción de aquella muchacha mientras ambos chicos recorrían con sus bocas su vientre y su cuello fue la última imagen pública de aquella bacanal de opiniones y cuerpos, dejando mucho espacio a la imaginación de cualquiera, pero encauzándola hacia una cama y una larga tarde.

domingo, 26 de junio de 2011

Ese juego llamado enloquecer 8.2

Aparté los folios a un lado, dispuesta a quedarme frente al ordenador para mirar mi correo, cuando calló un trozo de papel de entre todo aquel cúmulo de papeles escritos a mi letra. Lo cogí del suelo mirándolo con detenimiento. No era un folio blanco, sino que estaba teñido como de café, y desprendía olor a ello. Le di la vuelta para ver la cara en la que había escrito algo:

Ser libre significa vivir y ayudar a que los demás también lo hagan. Agrégame:
elviolindetucintura@hotmail.com

Me quedé pensativa mirando aquella hoja, aquellas palabras escritas en letra cursiva, inclinada ligeramente hacia la derecha, de trazos elegantes y abiertos, como si no le diese miedo que una ‘g’ o una ‘f’ pudiese ocupar todo el trozo de papel. Era inspiradora aquella letra.

Como supuse que no se referiría a que la agregase para mandarle un correo, decidí crearme una cuenta de Messenger para poder hacerlo. A pesar de que mis tripas ya clamaban alimento, me mantuve firme en mi sitio. Me costó decidir mi nombre de cuenta, ya que todos aquellos que contenían mis nombres o apellidos estaban cogidos. Opté al final por imitar el patrón de Juliette y me creé una similar. marzoenlosalmendros@hotmail.com

Inicié sesión sin saber muy bien cómo funcionaba, y comencé a poner el cursor encima de todos los botones para leer la descripción. Lo primero que hice fue pulsar en el icono de poner un avatar. No tenía fotos mías en el ordenador, así que fui a la página web de la universidad y cogí mi foto de matrícula. *perfecto* pensé. Recorrí toda la página principal hasta que la flecha fue a parar encima de un botón en el que ponía ‘Añadir contacto’. *Por fin* y pulsé. Se abrió una ventana nueva, y en ella añadí la dirección que había escrita en la hoja con cierto temor, mirando hacia la puerta por si mis padres habían vuelto y me encontraban perdiendo el tiempo en cosas que encontraban innecesarias. Y le di a aceptar.

Me quedé quieta unos instantes, a ver qué ocurría. Nada. Tan solo se había añadido el nombre de aquella dirección a la página principal, y estaba aclarado, sin verse con suficiente nitidez. Suspiré, quizá no lo había hecho bien. De pronto, aquella dirección adquirió el nombre de “Juliette” junto con una flor, quizá una rosa mal dibujada, y a su lado una ventanita se iluminó en color verde con lo que parecía una foto suya en el centro, aunque no lo distinguía bien.

Un segundo después, bajo, se iluminó un botón en color naranja, con el nombre de Juliette escrito en él. Apreté y se abrió una ventana nueva. Por fin pude advertir la foto que había elegido Juliette como avatar. Sin duda, era ella. Su pelo largo se encontraba alborotado, despeinado, mirando en todas direcciones menos en la pertinente. Sus labios estaban aún más rojos, y su continuo color pasión se veía interrumpido por la presencia de su lengua, en adquiriendo su rostro un gesto provocativo, al cual acompañaban aquellas pestañas extremadamente largas y la raya negra de los ojos. La camiseta que llevaba, negra, la tenía subida de modo que se podía ver el tatuaje de una cobra naciendo más allá de sus pantalones, por donde se cortaba la foto. Tragué saliva haciendo ruido. Y cuando pude apartar la mirada de aquella provocación pública leí lo que me había escrito.

-Pensé que no tendrías Messenger
-No lo tenía.
-¿Te lo has creado por mí?
-No, tenía que hacerlo por unas cosas de clase, y he aprovechado y te he agregado
– mentí. No quería que creyese que así era – aun así, no se cómo funciona
-Yo te enseño.
-¿A distancia?
-Si quieres, voy a tu casa…
-No, da igual
-O tú vienes a la mía
-No se dónde vives
-Yo te indico
-No se…
-Bueno, lo principal es que has sabido ponerte una imagen y sabes escribir. ¿Tienes cam?
-No lo se, es un ordenador portátil.
-Es reciente?
-Sí
-Entonces tienes.
-¿Para qué sirve?
-Para verte con otras personas.
-¿Me estás viendo ahora mismo?
– pregunté mientras me cambiaba la expresión de la cara, y comencé a arreglarme el pelo y recolocarme la camiseta con cierto pudor
-Jaja, no. Para eso tengo que enviarte una invitación y tú tienes que aceptarla.
-Ah, vale.
-Jeje
-Bueno, qué querías.
-¿Cómo?
-Sí, para qué me diste tu Messenger.
-Para hablar contigo.
-¿Por qué? ¿Por qué tienes tanto interés en hablar conmigo? ¿En salir conmigo?
-Me pareces una mujer interesante.
-Y tú que sabrás de mujeres…
-No te voy a decir nada, tendrás que averiguarlo.
-Lo haría si me interesase lo más mínimo.
-Oye, no te di mi Messenger para pelear.
-¿Qué esperabas de mí?
-Bueno, esperaba que si me agregabas tendrías algún interés en hablar conmigo, y no en pelear y dejarme claro que no quieres saber nada de mí
– miré hacia otro lado, evitando la pantalla. Juliette tenía razón, si la había agregado no había sido para alejarla de mí. No se por qué había hecho lo que había hecho, pero sin duda, no era por que quería buscar pelea.
-Está bien. – Decidí darle una oportunidad. Me sentía benevolente, aunque fuese yo la que necesitaba que la perdonasen. Estaba poco acostumbrada a tratar con gente. Siempre que me rodeaba de alguien estaba bajo mis órdenes, y solían ser máquinas, de modo que cuando algo no salía como había planeado, me irritaba bastante. Y aquella chica, Juliette, me irritaba mucho, por que buscaba lo contrario a mí. Era evidente que se dejaba llevar, que confiaba en la improvisación… Y yo no podía dejar nada al azar.
-¿Qué está bien?
-Que tienes razón.
-¿Me estás pidiendo perdón?
-No, te estoy dando la razón, que es suficiente.
-Está bien.
-…
-Oye, te apetecería salir conmigo y un par de amigos alguna noche?
-No salgo por las noches.
-Sería de tranquis, un par de cervezas, conversación, y a casa prontito.
-No me dejan.
-Me estás diciendo que a tu edad todavía pides permiso a tus padres?
-Sí, ¿Te molesta?
-Me parece adorable
– me quedé parada, sin saber qué decir. – Pero… ¿Tú querrías?
-No lo se.
-¿Y si lo cambiamos por una tarde en vez de una noche?
-Entonces sí.
-Vale. ¿Qué te parece mañana?
-Creo que no tengo nada que hacer.
-Ahora sí. Perfecto. Quedamos… ¿Dónde quedamos?
-Ayer me dejé el coche en la universidad…
-Mira, paso a por ti, y a la vuelta, te dejo en la universidad y lo recoges.
-Está bien.
-A las siete de la tarde te va bien?
-Sí.
-Bueno, pues hasta mañana. Me voy que he quedado.
-¿A estas horas?
-Claro, he quedado a comer.
-Ah, pues que aproveche.
-Igualmente.
– y se desconectó.
Miré mi reloj, debía comer ya si quería dejar de escuchar a mi estómago recitar poemas sin palabras. Apagué el ordenador y suspiré, caminando hacia la cocina con la intención de cocinar macarrones para comer. Me quedaba una larga tarde por delante, y a penas me apetecía estudiar. Sin embargo, es eso todo lo que hice el resto del día.

Ese juego llamado enloquecer 8.1

Desperté con la quinta sinfonía de Beethoven sonando en mi despertador. Miré el reloj, las seis de la mañana. Bostecé y me enrollé en las sábanas con pocas intenciones de ponerme en pie para estudiar. Volvió a sonar la alarma a los cinco minutos, y de un manotazo lo apagué, hundiendo mi cabeza en la tibia almohada, lamentándome de tener que adelantar de madrugada todo aquello que había atrasado la tarde anterior por acceder a perderme por la desenfadada vida universitaria que tanto gusta al resto.
Conté hasta diez y me levanté rápida. Me quedé quieta unos instantes hasta que aquel baile de estrellas y la danza de los objetos de mi cuarto cesaron. Me rasqué la cabeza y me puse las zapatillas de ir por casa una vez las hube encontrado después de haber estado tanteando el suelo durante un buen rato. La casa estaba en silencio, y la luz diurna comenzaba a hacer su aparición en aquellas cuatro paredes, haciendo que el blanco del que presumían se acentuase e hiciese que mis ojos se cerrasen por el destello de luz. Mis pupilas se contrajeron.
Saqué en silencio los apuntes que había tomado a clase, y con resignación los leí. A penas había algo que pudiese resistir al examen exhaustivo que estaba llevando a cabo con la intención de re-escribirlos a ordenador y poder estudiar. Todo eran palabras sueltas, inconexas, alguna frase y varios dibujos ¿Dónde había estado mi mente durante las clases posteriores a hablar con Juliette?
Comencé por las primeras clases, y en poco tiempo, las frases tomadas a bolígrafo negro en una caligrafía más o menos comprensible pasaron a estar traducidas al lenguaje informático. No sabía cómo afrontar el hecho de haber desperdiciado horas de clase, de las cuales a penas tenía palabras para recapitular.
Abrí Internet, decidida a ampliar la información, y de paso, también abrí el correo. Entré en la página del profesor, en la que siempre colgaba sus propios apuntes. Extensos, a veces inconexos, con relaciones a las clases e incompletos, pero era lo único que tenía a mano y mi orgullo me impedía pedir algo a mis compañeros. Comencé a leer, copiaba y pegaba aquellas frases que me parecían más importantes en un documento nuevo, uniéndolas de manera coherente, a veces reescribiéndolas.
Me resultó un trabajo arduo, y me costó más de lo que había planeado. Claro que también era cierto que nunca me había hecho falta echar mano de los apuntes de los profesores, con los míos siempre tenía de sobra. Sin embargo, la tarde anterior tenía la mente en Juliette y en lo que más tarde acontecería. Repasaba mentalmente sus gestos, sus muletillas, la manera peculiar de sonreír cuando trataba de persuadirte (mostraba tan solo las partes inferiores de las palas, mordiéndose el labio inferior y dibujando media sonrisa) acompañándose de una mirada que hacía que te pensases un par de veces el rechazar aquello que te proponía. Sin duda, Juliette era una mujer que conocía sus armas, y no dudaba en usarlas, siendo igual si se trataba de hombres o mujeres, conseguía lo que quería.

Cuando terminé de re-elaborarme mis nuevos apuntes de manera que parecían propios, en mi casa ya había movimiento. Mis padres se habían despertado y habían hecho su cama. Como había puesto un cartel de No Molestar en el mismo momento que había escuchado la alarma de mi padre sonar, colgado en la puerta, no entraron a decirme nada, más que mi madre un tiempo después, para decirme que ambos se iban y que no comían en casa. Ni siquiera me dijo adiós, o me dio un beso. Asomó tímidamente su cabecita a través de la abertura entre el marco y la puerta, y sin lidiar más palabras que las necesarias se marcharon.

Cogí de nuevo los folios de los ‘apuntes’ tomados en clase, y me quedé observando los dibujos que habían sustituido a las palabras, de arriba a bajo. Empezaban por simples estrellas dibujadas en el margen superior, recorriéndolo entero de izquierda a derecha, o viceversa. Las estrellas pretendían ser idénticas pero todas eran asimétricas, con sus vértices desiguales, los ángulos más o menos cerrados, y avanzaban por el marco siguiendo una línea serpenteante, dejando a un lado cualquier rastro de perfección que pudiese haber quedado tras el examen de sus formas. Repasé su trayectoria con el dedo, notando débilmente el surco que había dejado el bolígrafo al apretar excesivamente sobre el papel.

El dedo siguió descendiendo por el margen derecho a través de unas espirales que debería haber dibujado en mitad de clase. Me paré a pensar si lo había dibujado de manera consciente. Aquel modo de enroscar la línea hasta la mínima expresión hacía que, observándolo, me sintiese absorbida por un bucle sin salida que poco a poco se iba estrechando y me iba hundiendo en una espiral que me alejaba de mi rutina de perfecta precisión. Sentí miedo y curiosidad. ¿En qué habría estado pensando? y ¿De dónde me habrían venido esos pensamientos caóticos con solo mirar una simple espiral a color negro?
Aquellos simples dibujos se extendían a lo largo de todo el folio por el lado derecho, de manera irregular y tamaños variables, más o menos enroscados, y todas y cada una de aquellas espirales me provocaban la misma sensación. Eso me daba miedo.

En el margen izquierdo, una simple línea unía la parte superior con la inferior. Unida a esta línea, había dibujado unos labios carnosos, rellenos de tinta de manera que resultaban hasta atractivos a la vista, si se era capaz de sustituir el negro del bolígrafo por un rojo provocador y lejano a unas pautas correctas, estéticamente hablando. Me permití el lujo de sonreírme. Sabía perfectamente que había dibujado aquellos labios pensando en Juliette, en aquel rojo que se pintaba y que hacía atraer la mirada por su ostentosidad. La tarde de ayer había sido una tarde tan diferente que fui capaz de admitir en lo más recóndito, secreto y oculto de mi ser, que me había gustado salirme de aquella rutina estricta.

miércoles, 15 de junio de 2011

Cosas que no parecen lo que son, y un coche rojo 7.2

-¿Cómo diablos lo has adivinado?
-En Marzo florecen los almendros.
-Pero eso no es significativo.
-Lo se. Pero me he arriesgado. Yo florecí en Marzo. ¿Soy tu flor favorita? –
aparcó en el primer lugar que pudo y se quedo mirándome, con el coche apagado.
-¿Cómo vas a ser tú una flor?
-Que poco poeta eres…
-Bueno, qué vas a querer?
-¿Cómo?
-Has acertado – le recordé de mala gana. – ¿qué quieres?
-Déjame que piense – salió del coche sin abrir la puerta, saltando por encima de esta. Yo seguí el método tradicional mientras ella bordeaba su vehículo para subirse a la acera.
-Está bien, pero si tardas mucho se anulará – me miró con una ceja alzada y media sonrisa, como diciendo “no querida, me cobraré mi premio aunque te pese” Suspiré - ¿Dónde vamos?
-Espero que te guste el chocolate.
-Sí
-Perfecto
– me cogió del brazo y empezó a caminar dando grandes zancadas hacia un destino desconocido para mí. Esa ignorancia me atacaba, me ponía enferma, y a la vez me excitaba el no saber a qué me iba a tener que enfrentar.

Por fin llegamos a nuestro destino. Por el camino me había enterado de que Juliette es hija única, y de padres divorciados. Ella sabía que yo no tenía amigos, y me había dado un beso en la mejilla.
-¿Qué te parece? – dijo frente a la puerta, inspirando con orgullo
-¿Dónde estamos?
-En la mejor crepería que puedas imaginar nunca
– el olor a comida de aquel lugar salió de pronto para llevarme al mundo del chocolate. – Pasa, que yo invito.
-Oh no… No podría…
-Que sí, mujer-
me rodeó la cintura con su brazo y me obligó a echar a andar.
-Oye!
-¿Qué?
- miré su brazo – ah, perdón, es la costumbre.
-¿La costumbre?
-Sí, mujer. Con mis amigos tengo mucha confianza, y los cojo así para hacerles andar.
-Ya, pero yo no soy tu amiga
– Nos sentamos en una mesa redonda.
-Todavía. - me sonrió como si tramase algún plan y yo la miré desconfiada. Había aceptado a quedar con ella, quizá eso ya se consideraba ser amigas... Llevaba tanto tiempo excluida del mundo que me sentía como un científico estudiado fríamente las relaciones entre animales, buscando nexos, comportamientos tipo - ¿Qué quieres tomar? – me preguntó sin darme tiempo al replicar. Una camarera ya se nos había acercado.
-Pues… una crep, no?
-Lo suponía
– sonrió – y de beber?
-Coca-cola.
-Vale.
– se giró con una sonrisa perfecta hacia la camarera – Una coca-cola, una cerveza y dos crepes, por favor.
-Claro
– dijo con voz melosa la camarera. En su etiqueta ponía que se llamaba María. Se guiñaron un ojo.
-¿La conoces?
-¿Qué te hace pensar eso?
-Os habéis guiñado un ojo.
-¡Ah! No, no la conozco.
-¿Y entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Por qué le has guiñado el ojo?
– se quedó callada. Y yo también, hasta que nos trajeron lo que habíamos pedido. Fue un silencio incómodo dividido en dos partes. Por un lado al espera de una respuesta hacia mi pregunta, y por otro lado, su necesidad de escapar con ella. Suspiré exasperada y cogí el plato para ponérmelo delante de mí, sin percatarme de la sonrisa de “gracias” que le dedicaba Juliette a Maria – Bueno, si no me vas a dar una razón, al menos deja de hacerlo
-Está bien… Lo siento, supongo. Aunque no se qué te molesta de que sea simpática con la camarera
– Comenzamos a comer, y de nuevo el silencio se hizo entre nosotras, aunque quedaba disimulado por las múltiples conversaciones que se llevaban a cabo a nuestro alrededor – qué te parece el crep? – tragué.
-Está muy buena – bebí y corté otro trozo para llevármelo a la boca.

Poco a poco retomamos nuestra conversación. Terminé por olvidar aquel intercambio extraño de confianzas que en un principio no existían mientras me dejaba mecer por las idas y venidas temáticas en nuestra conversación. Temas triviales, marcando constantemente unas distancias que ella se empeñaba en romper con sus comentarios y su lenguaje corporal.
Terminamos, y ella pagó la cuenta sin darme siquiera tiempo a rechistar. Volvimos hacia el coche caminando lentamente, sin prisas, con una sonrisa en el rostro, la sonrisa de placer que se te queda después de haber comido chocolate.

Me dejó en la calle y desde el coche se despidió bajándose las gafas y guiñándome un ojo. Se fue riéndose y con la música a todo volumen. - Recuerda que me debes algo! ya te diré el qué! - me gritó mientras se alejaba, dejándome con la palabra en la boca. Me quedé mirando cómo desaparecía el punto rojo por la esquina, segura de que aquel gesto lo había hecho para mosquearme. Sin embargo, no lo había conseguido. Más bien había hecho que sonriese, como si estuviese a punto de soltar una carcajada, una sola. Entonces me di cuenta de mi estado de estupidez y reaccioné metiéndome en mi casa, haciendo repaso mental de todo lo que me había pasado hoy. Me buscaba en la jornada, y no me encontraba. Ni serenidad, ni seriedad... Ni siquiera en mis apuntes había un ápice de letra caligráfica y estilizada. ¿Dónde me había metido durante el día? Sin embargo, una vez que entré a mi casa, me encontré de frente con la realidad. Soledad. Oscuridad, y un mensaje en el contestador.
Le di a escuchar.
*Dónde diablos estás, Alma? Por qué no estabas estudiando. Supongo que habrá una buena razón para ello. Reza por que no se entere tu padre* borré el mensaje de mi madre. Claro, ¿dónde estaba yo? No, más bien ¿dónde se habían metido ellos durante todos estos años? ¿Quiénes eran mis padres? ¿Y qué derecho tenían ellos de preocuparse por mí?

Suspirando me fui a mi cuarto, prometiéndome que lo que había construido durante años, y que había marchado tan bien, no iba a destruirlo por una tarde en compañía de un ser humano. Mañana, volvería a ser yo, y todo rastro de humanidad e imperfección, posiblemente desaparecerían de mí durante la noche. Con todo ello, me fui a dormir.

Cosas que no parecen lo que son, y un coche rojo 7.1

En la siguiente clase no paré de mirar el reloj en todo momento. No sabía si tenía ganas de salir y descubrir el mundo social, o si quería echarlo todo a perder e irme a mi casa, a mi habitación a refugiarme de los problemas que te sobrevienen cuando convives con otros seres humanos. Golpeé con mis uñas redondeadas y cortadas al nivel de la carne, la mesa. Primero el meñique, anular, corazón y para terminar, el anular. Ni siquiera me molesté en tomar apuntes, tenía la otra mano ocupada en sujetar a mi cabeza, y mi cerebro en la hora de la salida. Trataba de decidir si me escaparía o accedería a romper con mi rutina estable que me había mantenido feliz durante tanto tiempo. Claro que, si era feliz, ¿por qué quería destruirlo?
Unas palabras mágicas – Podéis iros, hemos terminado - me despertaron de mi ensoñación para recoger todo el material que no había usado y salir corriendo. Me paré en la puerta del campus algo mareada y me humedecí los labios. Ahora era cuando tenía que tomar por fin una decisión, irme, o esperar a Juliette. Caminé de un lado para otro concentrada. No conseguía explicarme qué fuerza era la que hacía que me quedase, objetivamente no encontraba ninguna razón. Subjetivamente… bueno, la subjetividad no era mi punto fuerte.

El sonido de un claxon hizo que me parase en seco y alzase la mirada. Un coche antiguo rojo, descapotable, venía conducido por una Juliette a la que las gafas de sol negras redondas la hacían misteriosa, y, por los babeantes rostros de los chicos, atractiva. Claro que quizá tuviese algo que ver en esas miradas obscenas el hecho de que llevaba un escote en el cual podría haberse dibujado un continente entero. Resoplé, se había cambiado de ropa y ahora parecía una mujer dispuesta a llevárselos de calle. Paró frente a mí.Sube, encanto. – se levantó y apoyó su peso en el reposacabezas.-Creo que voy a pasar.
-¿Después de esperarme veinte minutos decides irte?– miré mi reloj. Era cierto, había llegado veinte minutos tarde, y yo no me había marchado – No querrás dejarme tirada por la ropa que llevo, ¿verdad? - ¿Cómo se había dado cuenta? ah sí, habría sido la mirada inquisidora que le había echado en cuanto la había tenido al alcance de mi visión.
-Pues ahora que lo dices – le eché una mirada de arriba abajo, desde su camiseta roja que poco tenía que envidiar a un sujetador, hasta sus pantalones cortos vaqueros que dejaban al aire lo que unas medias de rejilla negras intentaban tapar – no es que vayas muy adecuada…
-Adecuada, ¿para qué?
-No se… ¿qué pretendías hacer? – pregunto desconfiada, acercándome como si se tratase de una atracción electromagnética al coche.-No te preocupes, Lilith, no voy a violarte – di un paso hacia atrás – va… sube… Solo vamos a tomar algo – la miré desconfiada. Ella me puso ojitos de buena persona. Suspiré.-Está bien.– abrí la puerta y me monté en el coche, dejando la mochila bajo mi asiento.
-Además, en el caso de que hiciésemos cosas guarras, ya no sería ilegal.
-¿Cómo?
-Hace poco cumplí los dieciocho. – y arrancó, poniéndose a una velocidad que jamás pensé que aquella antigüedad habría soportado. Cuando me recompuse la miré frustrada mientras ella tarareaba una canción de Rosana, El talismán, concentrada en la carretera. Me parecía imposible que alguien como ella, con ese aspecto tan maduro, y a la vez despreocupado, con un saber estar que parecía decir “se de qué va el mundo”, con su seguridad, su sonrisa teñida de la idea rebelde de un veinteañero, pudiese acabar de cumplir los dieciocho.

-¿cuándo?
-¿Cuándo qué?
-¿Cuándo cumpliste los dieciocho?
-¿Sigues dándole vueltas a eso?
-Sí
-Te lo diré… Si aceptas un reto
-Mi reto ya es pasar un rato contigo. Pero si no quieres no me lo digas.– y me volví hacia mi lado de la carretera, viendo las señales de tráfico pasar, preguntándome a dónde me llevaría Juliette, y por qué había aceptado fiarme de una loca como ella que me había dado un susto de muerte al hacerme pensar que estaba inconsciente.
-En marzo.
-¿Naciste en Marzo?
-Eso he dicho. ¿Tan raro te parece?
-No, me parece curioso.
-¿Por qué? – cambió de marcha, decelerando.
-Me gusta el mes de Marzo.
-Wow. ¡Sorpresa! Acabas de decirme tu flor favorita.
-¿Cómo? No es cierto.– dije confundida.
-Si la adivino qué me das.
-Mmmm… no se.
-¿Puedo elegir?
-Supongo, pero no te excedas.
-Vale. ¿A que es la flor del almendro? – puso un intermitente, y giró. Yo palidecí de golpe y tragué saliva de manera sonora. Me miró fugaz para perder el menor tiempo posible de visión hacia la carretera - ¿Ves?