-Va, chicos, ¿qué más os da? – Dijo Juliette antes de meterse un par de patatas fritas en la boca. Frente a ella, Andreu y Marcos se miraban indecisos sin saber si acceder o no.
Juliette había aparecido a la hora de comer con la absurda idea de quedar al día siguiente los tres con Alma. Al principio, ninguno de los dos barones sospechaban que aquel nuevo nombre correspondía a aquella chica que se sentaba en primera fila en todas las clases a las que asistía Andreu y que jamás se dignaba a compartir más allá de las palabras necesarias con el resto de compañeros. Tampoco habían pensado que Alma era esa chica que siempre se sentaba en la mesa de enfrente de Marcos, sola, a comer una manzana mientras hundía su cabeza en un libro de bioquímica mientras dejaba que a los de alrededor les llegase un leve flujo a música clásica que hacía que a su alrededor se formase un espacio circular equivalente a la distancia a la cual llegaba esa música. Aunque tampoco parecía importarle.
-Juliette, no se yo… - dijo Andreu, tratando de recordar algún rasgo característico de aquella chica de la que hablaba su amiga. Algo que le llamase la atención, que hiciese que pudiese pensarse de manera seria el acceder a pasar una tarde con ella y los otros dos acompañantes. Lo único que le venía a la mente era su largo pelo rubio con detalles rojizos que pocas veces había tenido la oportunidad de ver suelto, ondeando trastornado al compás del viento. La imagen más viva de aquel pelo que podría ser hermoso si se le dejase libre, era recogido en un moño, marginado, obligado a permanecer estable en una estructura artificial. Pensando en el pelo de Alma, Andreu se preguntó si no sería una metáfora de la vida de aquella chica, si bajo aquel aspecto de chica buena, reprimida, se encontraba una fiera salvaje encarcelada y dispuesta a salir y comerse el mundo. Luego se preguntó qué hacía estudiando medicina con lo poeta que él era.
-Por lo que nos han contado, Juliette, no encajaremos muy bien – razonó Marcos. Aquel chico de 20 años, tez morena y ojos verdes llevaba dos años repitiendo primero de Bellas Artes en la universidad. Decía que amaba aquel curso, y que lo dejaría cuando estuviese preparado para dejarlo. El resto terminaban aquel razonamiento afirmando que sería cuando estuviese preparado para dejar de no hacer nada. Pero él era feliz en su estado constante de año sabático y por el momento no tenía pensado dejarlo. Este año se había encaprichado de Juliette. La veía como una musa para sus pinturas, y en efecto, cuando ella posaba para él, de su pincel salían auténticas obras de arte que reflejaban la lujuria y la pasión que emanaba la propia piel de la chica. Marcos era un bohemio, un enamorado de la vida, defensor del amor libre y de la necesidad de dejarse llevar por los instintos.
-Es por eso, Marcos, por lo diferentes que somos, por lo que estaría bien que quedásemos. – ambos volvieron a mirarla con desconfianza. – Vamos a ver, chicos. Es cierto que tú y yo – señaló a Marcos – nos parecemos bastante, pero yo con Andreu tengo poco en común. – Ambos dieron un bocado a sus hamburguesas.
-En eso tienes razón – concedió Andreu una vez había tragado – tú eres demasiado para mi cuadriculada cabeza.
-Cielo, tú eres un poeta que sueña con volar. Lo único que tienes cuadrados son los huev…
-Vale, lo he entendido Juliette – dijo riéndose mientras intentaba meterle en la boca a Juliette un par de patatas fritas para callarla antes de escandalizar a los otros comensales de mesas vecinas con su comentario. – De todas maneras, sigo sin convencerme.
-No os tiene que convencer – dijo Juliette mientras masticaba. Dio un trago a su cerveza – solo tenéis que venir una tarde a hacernos compañía, conocerla un poco… daros a conocer… igual hasta os gusta – dijo con cierto deje lascivo, haciéndole ojitos a Marcos, el cual parecía demasiado concentrado terminándose su hamburguesa. Él la miró y alzó una ceja.
-No empieces con tus intentos de emparejarme con alguien.
-Pero si es una chica encantadora.
-Mira, estoy seguro de que no tiene alas para volar, está demasiado en la tierra, y yo no quiero ahogarme. Y lo sabes.
-Conociéndola no pierdes nada – insistió Juliette, dándole un último bocado a su hamburguesa. – Además, vosotros, con lo abiertos y modernos que sois, y arrastráis esos prejuicios hacia gente que no lleva el mismo estilo de vida que vosotros… No lo entiendo – se terminó su cerveza.
-¡Está bien! – exclamó Andreu. Marcos lo miró sorprendido – Iremos mañana con esa tal Alma, la conoceremos, sobreactuaremos, pasaremos una tarde aburridamente formal, y luego se acabó. Pero ahora, cállate, pesada.
-Marcos, tú te incluyes, ¿no?
-¿Que remedio me queda?
-¿Sabéis que os quiero con locura? – preguntó Juliette divertida mientras daba un trago a la cerveza de Marcos. - ¿Pagamos y nos vamos?
-Claro. Me toca a mí, ¿no? – dijo Andreu. Los otros dos asintieron.
Se levantaron de la mesa y caminaron en dirección a casa de Juliette.
-Mis padres no están en casa.
-Perfecto.
-Oye, qué te ha dado con esa chica?
-Andreu, deja el tema, que si no, no se va a callar en toda la tarde.
-Es que la veo tan sola, y yo soy tan feliz en compañía…- rodeó las caderas de ambos chicos con sus brazos, estando ella en medio de ellos, haciendo caso omiso del comentario de Marcos – además, tiene algo… que no se.
-Ui, Juliette, ni se te ocurra.
-¿El qué?
-Que te veo la mirada. Mírala, Marcos, mírala. Se ha encaprichado de ella.
-¿Cómo me voy a encaprichar de una chica que no conozco de nada? A ver, Andreu, piensa. No es mi tipo, sabes que prefiero a los hombres…
-Ya pero los tres conocemos tu tendencia a la ambigüedad…
-Es cierto, pero… ¿Responde ella a las características de las chicas con las que he estado?
-No.
-Ni de lejos.
-Pues entonces, fin del debate. Además, te pega a ti, Marcos. – dijo con media sonrisa.
-Ya pero los tres conocemos tu tendencia a la ambigüedad…
-Es cierto, pero… ¿Responde ella a las características de las chicas con las que he estado?
-No.
-Ni de lejos.
-Pues entonces, fin del debate. Además, te pega a ti, Marcos. – dijo con media sonrisa.
Llegaron por fin al portal de la finca de Juliette, y esta abrió mientras observaba por el rabillo del ojo cómo Marcus buscaba alguna respuesta ingeniosa a su último comentario. Pasaron los tres, cerrando las puertas a sus espaldas y caminando hacia el ascensor. Juliette apretó el botón.
-Bueno. En resumen y para concluir, chicos, mañana será mejor que finjamos que Andreu y yo somos pareja – Andreu se sonrió a sí mismo por haber sido elegido para fingir ser pareja de Juliette.
-y yo, ¿qué?
-Tú te encargarás de convencer a Alma de que la vida solitaria no es sana.
-¿Y cómo lo hago? ¿Le meto mano?
-Tú sabrás. – se metieron los tres al ascensor – improvisa. – Marcos suspiró. Las puertas se fueron cerrando lentamente. – Bueno dejemos este tema de una vez y ocupémonos de lo que nos toca. – Los dos chicos asintieron.
Antes de que la puerta del ascensor se cerrase del todo, se pudo ver el prefacio de aquella película de locos, desdibujada entre besos de Juliette y Andreu y caricias indecentes de Marcos. Sin duda, aquellas bocas unidas no se estaban contando cuentos infantiles, y las manos morenas de Marcos no buscaban sino encontrar tesoros ocultos en la piel de Juliette. La sonrisa de satisfacción de aquella muchacha mientras ambos chicos recorrían con sus bocas su vientre y su cuello fue la última imagen pública de aquella bacanal de opiniones y cuerpos, dejando mucho espacio a la imaginación de cualquiera, pero encauzándola hacia una cama y una larga tarde.