viernes, 29 de junio de 2012

La soledad del polvo 15.2

- Supercalifragilísticoespialidoso. – Se rió, y la habitación se iluminó, se llenó de colores, y yo me reí también. Me dio un suave golpecito en el brazo, lo interpreté como un abrazo. ¿Y mi copa de vino? Ya la tenía dibujada entre mis dedos

- En serio. No quiero que eso destruya lo que sea que tengamos. Necesito saber qué piensas, porque esta ignorancia me está matando, y me quema por dentro el recuerdo.

Suspiré. La copa de vino se resbaló entre mis dedos y se desvaneció antes de caer el suelo. El abrazo fue realmente un golpecito en el brazo, y la idea de dejarlo pasar esa solo una ilusión de mi mente. La magia se había escapado como lo había hecho el supercalifragilístico entre las filas del tiempo.

- Sinceramente, Juliette, entre todas las situaciones que había imaginado, jamás pensé que mi primer beso sería así. 


- Imaginaste un hombre, un momento ideal, unas palabras bonitas, mucha dulzura, que te hubiese apartado antes un mechón de pelo con las manos… ¿no?


- Sí.


-Eso no existe.


-¿Por qué no? 


-Porque la inocencia que se respiraría en ese momento se ha perdido. Encontrar un hombre en una biblioteca, que al chocarte con él se te caigan los libros y él te ayude a recogerlos, es algo que ya no existe, y quizá nunca existió. No hay tiempo para ser románticos. La vida va muy deprisa, y nos engulle, nos arrastra, y nosotros solo podemos tratar de sobrevivir, de no ahogarnos por sus olas agresivas y devastadoras que nos roban la sed de poesía y libertad, adaptándonos a su torrente, dejando que el mundo se cambie a sí mismo, amoldándonos al fluir del tiempo que nos empuja hacia delante, y nos forma y deforma.


-¿Y qué pasa con los que se quedan atrás? ¿Los que luchan por el romanticismo?


-Se quedan anclados en un mundo que no existe, y terminan desapareciendo, volviéndose invisibles para el resto del mundo, recluidos en su burbuja de eterno tiempo que los destruye al aislarlos del devenir del mundo. 


-Suena tan negativo…


-Es negativo. Hoy tengo ganas de cambiar el mundo. Tengo ganas de luchar por un futuro incierto. Quiero salir a la calle y gritar que tengo derecho a gritar. Quiero amar a tantos hombres y mujeres que en mi corazón no quede un sitio libre de tantos nombres que haya escrito en él. Quiero ver el mundo. Quiero llorar, de alegría, de tristeza. Pero quizá mañana crezca, quizá mañana se me olvide quien soy, y ya no quiera cambiar el mundo. Quizá me case con un hombre, tenga dos hijos y me hipoteque de por vida, sin poder dejarles a mis hijos más que deudas. Quizá me quede ronca, o me olvide de hablar con mi propia voz, y deje que alguien hable por mí. Por comodidad. Quizá prefiera la constante imagen del acogedor y común comedor de la casa que me ata al mundo de las mentiras antes que ver el amanecer en cien lugares diferentes, con cien personas diferentes que hablen cien lenguas diferentes. La vida nos conducirá, y al final, creo que es imposible luchar. Somos como borregos. Seguimos a la manada, tememos al lobo, sin saber que somos más que él, que podemos ganarle. Se nos olvida que cuatro millones de ovejas pueden sodomizar al lobo y meterle por el culo todo lo que hemos tragado. Y vivimos cómodos. Nuestro cómodo coche, nuestro cómodo trabajo, nuestro cómodo despido.


- Y si sabes todo eso, ¿por qué no lo evitas?


-Porque luchar eternamente sería más monótono que decidir dejarme llevar un tiempo. Y la monotonía me aburre. 


-No entiendo qué tiene que ver todo tu discurso conmigo, la verdad.


-Quiero que te subas a mi barco, que remes conmigo, que luches de vez en cuando, y de vez en cuando te dejes llevar. Que dejes de ser la sólida estaca a la que se amarran los melancólicos, dejes de ser perfecta, la chica buena, irreal, falsa, y seas tú.


-Yo soy yo.


-No.


-Y tú qué sabes.


-Nadie es tan correcto, nadie tiene tan poca curiosidad por las relaciones interpersonales. No eres tú en el momento que te has arreglado mínimamente para abrirme la puerta – me toqué el pelo – Piénsatelo. Este barco todavía no zarpa. Prueba algo nuevo. Deja de lado el papel, se un poco más empírica. 


Me quedé muda y miraba el suelo sin fijar mis ojos en ningún punto. Mi mente rememoraba todas esas palabras que me mareaban, me confundían, me inspiraban, me alentaban y me daban miedo. Se levantó y tendió hacia mí aquella bolsa. La miré interrogante. 


- Haz con esto lo que quieras. No está perfecto, tres días no dan para más. Espero que te guste. – sonrió, y se fue, grácil, casi levitando, y yo me quedé inmóvil. 
Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. Cinco segundos. Diez segundos. Treinta segundos después de oír la puerta cerrada reaccioné y miré aquel objeto que tenía sujeto entre mis dedos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario