lunes, 11 de junio de 2012

Detalle de un segundo 14.2

Sin querer evitarlo, giré mi cabeza con la esperanza de volver a conectar mi mirada con la suya, de volver a construir puentes de fotones y caminar de mi lado al suyo para encontrarnos en ese momento incierto en el que dudaba del querer y del mundo entero. Tan solo alcancé a verla girada en el mismo instante en que se dejaba caer el vestido rojo sobre la cabeza, deslizándose por su espalda como si supiese ya su recorrido, amoldándose. Suspiré, al menos no estaba recogiendo para irse.

Volví a mi cinturón, el cual parecía resistirse durante todo ese tiempo. Como si no quisiese deshacerse, como si necesitase una contraseña. Gruñí, haciendo que Juliette se girase hacia mí.
- ¿Puedes?
- Yo… Bueno… sí...- intenté maniobrar un par de veces más, del derecho, del revés… Parecía enganchado por el mismo diablo. – No, no puedo – suspiré. Ella se mantuvo callada, esperándome. - ¿Puedes ayudarme? – dije con cierto tono de súplica.
- No
-¿Qué? – Me giré indignada
-Pues que no puedo.
-¿Por qué no?
-Porque no quieres que te toque.
-¿De dónde te has sacado eso?
-No lo he sacado de ningún lado. Tú me has apartado
-Bueno, es que yo… No… Pero…
-¿Podrías alguna vez terminar todas las frases?
-Perdón.
-¡No te disculpes! - resopló – Hay veces que me exasperas. – se acercó – Te voy a ayudar, pero solo porque tienes la piel de gallina. – Puso sus manos en el cinturón, realizando los mismos movimientos que yo, consiguiendo los mismos resultados – Pero qué mierda… - bufó. Se puso de rodillas, su visión paralela al cinturón. Me miró a los ojos - ¿te incomoda?
-No – dije, metiendo vientre. Ella se rió, yo también, ambas sabíamos que mentía.
-Tienes una especie de lío con un hilo en la hebilla. – advirtió. - ¿Llevas tijeras? – negué con la cabeza, me sentía como una niña en esos momentos.

Acercó su boca a donde decía que tenía el nudo. Su nariz rozó mi tripa, su respiración recorrió varios centímetros de mi piel. Tuve un escalofrío, miraba al infinito. Noté un ligero tirón de mi cintura, seguido de un chasquido. Acaricié su hombro con las yemas de mis dedos sin pensarlo, ella se levantó rápido y se alejó.
-Listo.
-Gracias. – se volvió hacia su maleta sin decir nada y comenzó a doblar las camisetas.
Me puse el vestido con aire confundido. Era la talla perfecta, se ajustaba a mi cuerpo como si fuese una piel más suave y sedosa. Carraspeé y Juliette se giró hacia mí. Me miró de arriba abajo, sonriéndose con aires de satisfacción. Sacó entonces de la maleta los zapatos rojos y me los tendió. Me los puse a duras penas, sin lograr entender como había acertado mi talla. Crecí seis centímetros de golpe.
-Perfecta – dijo Juliette mirándome, satisfecha. Miré mis pies, insegura. – No te preocupes, no vamos a movernos mucho – apartó la maleta y extendió una especie de mantel con cuadros rojos y blancos sobre el suelo. Cogió su cámara réflex un trípode que fue montando hasta que adquirió una altura considerable. Instaló aquel aparato a unos pocos metros donde estaba yo, apuntándome. Instintivamente me tapé la cara. – No voy a hacer ninguna ahora. Puedes ponerte bien – comenzó a toquetear la cámara. Cuando terminó volvió y sacó de un bolsillo pequeño un mando diminuto con un par de botones. – Te explico.  – Se puso frente a mí – Mi intención era hacernos unas cuantas fotos para un trabajo de la universidad – la miré escéptica.
- ¿Y no me lo podías haber dicho desde un principio?
-¿A caso habrías venido? – tocada. – Cuando le de al botón comenzará a hacer ráfagas de fotos...
-¿Y cómo sabré cuándo se hacen las fotos?
-Ahí reside la gracia del asunto. No lo sabrás. Yo tampoco. Han de ser fotos naturales, nada de posar, ni salir hermosas por ficción. No habrá retoque después. Por eso he querido hacérmelas contigo.
-¿Y Andreu? ¿O Marcos?
-Tenían cosas que hacer
-Oh – sentí una pequeña punzada en el estomago al sentirme segunda opción.

Con un rápido movimiento apretó un botón del mando. Había comenzado el juego, y yo no sabía qué hacer. Tensé los hombros y no paraba de mirarla confusa. Ella se mostraba tranquila, natural, su melena roja se volvía aún más roja en contraste con la piel de sus hombros desnudos, que servían de base a un cuello fino. Había cogido del suelo un estuche del que sacó una barra de labios. Lanzó el resto de nuevo a la maleta.


- Ven – obedecí – Desténsate – su voz hizo que sonriese, y colocando sus manos sobre mis hombros, hizo que poco a poco los músculos fuesen cediendo – Solo son fotos – quitó un mechón de mi cara. Yo miraba sus labios. No parecían haber sido pintados, y sin embargo estaban de un rojo insultante. – Abre un poco la boca – me esforzaba por oír algún pequeño *click* que me indicase que las fotos se estaban haciendo, pero nada.



Entre abrí los labios insegura. Juliette se acercó a mí con una barra de labios rojo frío y comenzó a tiznarme la boca de aquel color impactante. Miraba mi boca con concentración. Yo tragué sonora, sin poder evitar salivar demasiado. – Perfecto – murmuró. Sonreí tímidamente, no le encontraba sentido a estar allí, con ella, tomando instantáneas de momentos extraños.
- Me siento bastante incómoda, Juliette
- No te preocupes. – apartó un mechón de mi rostro – nadie nos puede ver aquí – tomó mi mano suavemente. La puso entre ambas, con la palma mirando al cielo y la miró con cierta ternura que no entendí. Recorría con las yemas de sus dedos los surcos marcados de mi piel. – Abrázame – fue un mandato, una imposición. Y de nuevo, obedecí.
Llevó mi mano a su cintura, y yo la deslicé hasta rodearla. Esquivaba su mirada, evitaba el máximo contacto, y mi corazón pretendía excavar hacia la superficie de mi pecho a golpe de sístoles y diástoles agresivas que disparaban mi sangre hasta asesinar mis pómulos, inyectarlos en la sangre del rapto de la razón.

Sin embargo, solo el roce de su piel en mi barbilla hizo que me irguiese y colocase mis ojos en la trayectoria de los suyos. Rasgados. Sonreía. – Hazme el favor de relajarte, no hacemos nada malo.
-Si ya lo se. ¿Qué iban a hacer malo dos chicas solas en un bosque? – ella se calló. Yo me callé. No sabía muy bien si era ironía o ignorancia lo que había hablado por mí. Otro silencio incómodo.

De pronto, ella echó a reírse. Cuatro, quizá cinco segundos después de que yo hubiese hablado. Primero tímida, una fuerte ráfaga de aire salió de su nariz. Luego un ruido de su garganta, que coqueto se terminó desnudando en una carcajada. Y la seguí. Nos reímos. Un buen rato. No sabría contabilizarlo. Fue de esos momentos en los que el tiempo se para, y solo existe ese instante que estás viviendo, que se torna eterno y perfecto, y ni el tiempo, ni la lluvia, ni un ruido ajeno al paraíso lo destruyen.

 Nos golpeamos los hombros con dulzura. Nos desbaratamos el pelo, nos sacamos la lengua y la incomodidad se evaporó. Se fue con una brisa de viento, o se fundió con la tierra, pasó a ser parte de los árboles, de la pintura del momento.

 Empezó a hacerme cosquillas. Me retorcía, me reía, y ella se reía más – ¡¡Para!! por favor… - suplicaba y suplicaba. Caímos al suelo al lado de la maleta. Yo me defendía, ella atacaba, e iba ganándome terreno hasta que al final no podía contrarrestarla, estaba agotada y casi me faltaba la respiración de tanta risa.


Tumbadas en el suelo, con sus brazos bloqueando la huida de mi cabeza hacia la razón, y su rostro por encima del mío, a un palmo su nariz y la mía, lo único que nos resguardaba de la realidad era su pelo cerrando la entrada de luz a ambos lados, y la cálida sonrisa iluminando nuestra pequeña cueva. También yo sonreía, pero era una sonrisa tonta, de esas que se te escapan sin saber muy bien por qué, que hacen que le mundo se torne de color del infinito ocaso, del tierno amanecer, del misterio nocturno y el florecer de una flor de almendro.

Le puse el pelo tras las orejas, con las manos cargadas de miedo y de dulzura. Actuaba de manera casi mecánica, y tenía el cerebro apagado en esos momentos. Sencillamente, Vetusta Morla y la respiración de Juliette escribían el pentagrama del momento. Yo era un instrumento al que hacía sonar.

Se inclinó hacia mí, juntó su frente con mi frente, su nariz con mi nariz, y nos mirábamos a los ojos como si quisiéramos ahogarnos en ellos. Un canal eléctrico entre su alma y la mía, candente, explosivo, se formaba a toda prisa. Movía su cabeza, nuestras narices se rozaban, y yo no sabía que hacer; entre la espada y la pared, entre el suelo y el deseo que no podía admitir. Que no quería admitir. Por que no era posible.


Una mano en mi muslo, que subía el vestido lentamente. Se me erizaba el vello, se me escapaba algún suspiro, y los ojos se me iban cerrando lentamente. La boca me sabía a peligro, a morbo, a deseo reprimido, a necesidad, a escape, a desvanecimiento, a lucha, a ganas de empezar, y de terminar. Sonreía, flotaba, incapaz de imaginar. Todo aquello excedía. Sobrepasaba los límites de mis cuentos de hadas, de mis finales felices. Iba más allá de todo cuanto había soñado, por que no me había aventurado a pensarlo. Consternada, confusa, feliz, indecisa. Eran segundos en los que las sensaciones se confundían, se mezclaban, se turnaban, aparecían y desaparecían en milésimas de segundo. Y entonces…


No hay comentarios:

Publicar un comentario